El pulso entre la inteligencia natural y la inteligencia artificial
OPINIÓN

Aviso a lectores: cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Esta sí que es la nueva revolución industrial y usted ya la está usando día a día en sus móviles y ordenadores: Netflix, Siri, Spotify, Alexa... Convivimos con las inteligencias artificiales. Agudicen sus sentidos porque la nueva IA generativa se integrará de una manera tan íntima en sus vidas que pensarán que siempre ha estado ahí. Su velocidad de adopción ha batido cualquier récord anterior, y pronto será su copiloto habitual en cualquier tarea. Atención, porque sus capacidades cognitivas podrán verse gravemente afectadas.
Los programadores ya no escriben código, los ilustradores no dibujan, los escritores no escriben, los matemáticos no calculan, los médicos no diagnostican, los servicios de atención al cliente son un algoritmo que nos conoce mejor que nuestra madre. Todo lo hace la IA, que aprende incansablemente y que no muestra señales de fatiga.
Situémonos, la inteligencia artificial (IA) no es algo nuevo, su origen se remonta a los años 50, cuando Alan Turing y sus colegas empezaron a desarrollar algoritmos para descifrar mensajes encriptados por los nazis. Lo que pasaba es que por aquel entonces sí existían las matemáticas necesarias, pero no las computadoras o el acceso masivo a datos para poder alimentar a estos algoritmos. Lo que ha cambiado es que en los últimos años han confluido estos tres elementos: matemáticas, ordenadores potentes y un acceso brutal a información que está disponible en abierto a través de internet.
Esto ha dado paso a un nuevo tipo de IA, que ya no solo se especializa en algo y es capaz de ganar a Kasparov al ajedrez, es una IA capaz de crear contenido nuevo y original sin que ningún humano le instruya sobre cómo hacerlo, la denominada inteligencia artificial generativa. Para mí, el principal cambio es cómo una nueva tecnología democratiza el acceso y el uso, usando un lenguaje natural, de andar por casa, nada de programación avanzada. Solo pregunta y conversa, como en una charla con tu vecina del octavo, y tendrás respuesta.
¿Dónde deja esto a la inteligencia natural, producto de la intersección de largos períodos de aprendizaje unidos a la dura experiencia al aplicarlos? Ya desde hace tiempo, la pura memoria ha perdido valor, dada la facilidad de consulta desde nuestro móvil, pero esto supera al buscador de Google tradicional. La pericia y la técnica a la hora de interpretar estos conocimientos son superiores en la máquina que en el humano. Pero, ¡ojo!, las respuestas que ofrece son tan buenas como las fuentes a las que tiene acceso. Es el efecto cuñao: La IA está programada para respondernos siempre, aunque realmente no tenga ni idea de qué está hablando, o se haya informado en un vídeo de TikTok mientras regentaba el inodoro. Esta IA, de momento, sabe hablar, pero no tiene por qué saber de lo que habla. Es aquí donde aparece la inteligencia natural, donde cobrará valor la capacidad lectora y el sentido crítico. Hemos de reforzar la inteligencia humana para hacer mejores preguntas, más profundas, y para discernir si las respuestas recibidas tienen valor o son pura charlatanería vacía.
No se trata de una confrontación, sino de una colaboración, donde la inteligencia humana ha de dirigir y la inteligencia artificial proponer y ampliar, eliminando la parte gris donde mueren las grandes ideas. Tomemos responsabilidad, como tantas veces en la historia humana no se trata de la bondad o maldad del invento, sino del uso que hagamos de él.
Nota: ninguna IA ha participado en la redacción de este artículo.