La inmortal Henrietta Lacks

Cristina Sánchez-Andrade ESCRITORA, PREMIO DE PERIODISMO JULIO CAMBA

OPINIÓN

MABEL RODRÍGUEZ

16 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

En enero de 1951, una humilde tabacalera afroestadounidense, de nombre Henrietta Lacks, acude al John Hopkins Hospital de Baltimore (EE.UU.), aquejada de fuertes dolores y hemorragias vaginales. La lleva su marido, que espera fuera en el coche, junto con tres de sus cinco hijos, la más pequeña de tan solo unas semanas. «Tengo un nudo en el útero —le dice Henrietta a la recepcionista—. El doctor tendrá que echarme un ojo». La pareja no acude a este hospital por elección, sino porque es el único en muchas millas a la redonda en donde tratan a pacientes de color. Estamos en la era de Jim Crow. Por entonces, si eras negro y aparecías en un hospital de blancos, ya te podías estar muriendo que no te atendían. Incluso en el John Hopkins, que sí trataba a gente de color, tenía pabellones segregados. Lo mismo ocurría en las escuelas, el transporte, los baños y los restaurantes públicos. Incluso existían fuentes de agua potable para los blancos y para los negros.

Lo que jamás imaginaron los blancos que redactaron estas normas supremacistas que, para qué andarnos con remilgos, aspiraban a quitarse de en medio a los sujetos de raza negra es que, con esta mujer, ocurriría justo lo contrario. A partir de la visita de Henrietta al hospital, una vez muerta de cáncer de cuello de útero y enterrada, sus células no solo seguirían vivas y reproduciéndose indefinidamente, sino que viajarían de una punta a otra del mundo y serían examinadas y utilizadas por miles de científicos.

Y es que, impresionados por la agresividad del tumor, los médicos del John Hopkins decidieron extraer una biopsia y enviar, sin permiso de la paciente —que acabaría falleciendo—, una muestra a un laboratorio. No mucho después, los médicos descubrieron que esas células (rebautizadas como HeLa, con las primeras sílabas del nombre y apellido de nuestra protagonista) podían ser clonadas indefinidamente. Es así como, a día de hoy, las células HeLa se han utilizado en más de 100.000 estudios para conocer el efecto de las toxinas, los fármacos y los virus sobre el crecimiento de las células cancerosas. También han sido cruciales para el estudio del genoma humano y han desempeñado un papel fundamental en el desarrollo de medicamentos para tratar la poliomielitis, el alzhéimer, la leucemia, la hemofilia, el sida, el párkinson, el cáncer y muchos otros.

La familia de Lacks nunca fue indemnizada, y la contribución a la ciencia de esas células fue muy poco conocida hasta hace unos años. De hecho, los descendientes no se enteraron de la explotación sin permiso y de su alcance hasta que Rebecca Skloot publicó en el 2010 el libro La vida inmortal de Henrietta Lacks (lectura muy recomendable, por cierto, que también inspiró una serie). En estos días es noticia que la familia de Henrietta Lacks ha llegado a un acuerdo con Thermo Fisher, una de las compañías (hubo más) que se enriqueció cultivando sus células sin permiso, por lo que serán compensados para evitar un proceso judicial.