En castellano, también en euskera, el pretérito indefinido se usa para expresar una acción finalizada. Por ejemplo, Feijoo tanto podría decir que ganó las elecciones como decir que las perdió, según atendiese más a los resultados o más a las expectativas. No obstante, pasadas unas semanas, continúa conjugando el pretérito perfecto, sostiene que ha ganado y, en presente de indicativo, le indica al rey que debe llamarle para formar Gobierno, dando por hecho que el futuro será imperfecto, ya que, a pesar de haber ganado, no podrá gobernar el país, pues solo una diputada canaria parece comprar el supuesto desmarque altruista Vox.
Cuando Feijoo dejó su plácida Galicia para irse al ajetreado Madrid, sabía que ciertos medios, incluso afines, le iban a sacudir. Así fue. Le zarandearon por confundir el título de una novela de Orwell con el año de publicación, mezclando tiempos y distopías; por no hablar inglés y hasta despreciarlo, alegando que para eso ya hay aparatos traductores en los foros internacionales; por justificar un caso de violencia machista, vinculándolo a un divorcio duro... Trataban de desmontar su imagen de buen gestor convirtiéndolo en un mediocre candidato de provincias con ínfulas capitalinas. A los votantes de centro-derecha todo eso les daba igual, con tal de erradicar el virus del sanchismo.
Feijoo, el impertérrito indefinido, tenía asumido ese zarandeo. Para que no se tuviese en cuenta, creía que bastaba con recuperar la matraca de ETA, hacer brindis al sol sobre la lista más votada, hablar bien de Vox y mal de Perro Sánchez. Sin embargo, al impávido Feijoo no le bastaron el «yo no estuve allí» o «lo leí en un teletipo» para echar balones fuera o desmentir datos fehacientes durante la documentada entrevista de Silvia Intxaurrondo en la televisión pública nacional. En ese momento el «¡Qué te vote Txapote!» dio paso al «¡Qué te entreviste Intxaurrondo!». Si hubiese repetición de elecciones, seguro que Feijoo no querría oír esos dos apellidos vascos.