Sin duda, uno de los grandes triunfadores del domingo, con el logro del Mundial de fútbol femenino, fue Luis Rubiales. Y no simplemente porque sea el presidente de la Federación Española de Fútbol, el paraguas bajo el que compite la selección nacional. Rubiales lideró un pulso con nada más y nada menos que quince jugadoras y salió ganador.
Parte de lo que aconteció es de dominio público. Una gran cantidad de las futbolistas que frecuentaban el equipo español se enfrentaron a Vilda y a la federación y, por tanto, al propio Luis Rubiales. El dirigente lo tuvo claro desde un principio y se puso del lado de su entrenador. Y hay que reconocer que era difícil mantener tal postura. Con el Mundial a la vuelta de la esquina, con un entrenador en situación de máxima debilidad, no atender las peticiones de las jugadoras era muy complicado. Pero Rubiales lo hizo. Y era lo que pedía el sentido común y la lealtad institucional que debe regir la acción de un líder. No es una ley escrita, pero las futbolistas no pueden decidir cuándo se cesa a un entrenador. Si se rompiera la cadena de mando entraríamos en un caos que haría ingobernable la selección.
Ayer, por tanto, Rubiales, junto a Vilda, era quien más razones tenía para estar eufórico. Pero, al mismo tiempo, su cargo en la federación le obliga a una cierta contención que él no fue capaz de mantener. Nadie se habría imaginado nunca la escena de Ángel María Villar (presidente federativo cuando España ganó el Mundial de Sudáfrica) dando un beso en la boca a Iker Casillas o a Andrés Iniesta como festejo del título. Pues con las mujeres tendría que ser igual.
La primera reacción de Rubiales cuando le hicieron llegar las críticas que estaba recibiendo fue la de un arrogante. En una entrevista concedida a la COPE tildó de tontos e idiotas a todos los que dieron importancia a su gesto. Habló de su beso como un pico entre amigos y utilizó en todo momento un lenguaje más propio de un líder de barrio que el de una institución estatal, como es su caso. «No hagamos caso de lo que dicen los idiotas y los estúpidos», «no estamos para gilipolleces», «...más gilipolleces y más tontos del culo».
Finalmente, y durante la escala en el viaje de regreso a España de la expedición, pidió, a regañadientes, perdón. Esa clásica petición de disculpas que se hace cuando a uno no le queda más remedio: «Pues seguramente me he equivocado. Lo tengo que reconocer, porque en un momento de máxima efusividad, sin ninguna mala intención, sin ninguna mala fe, ocurrió lo que ocurrió, de manera muy espontánea, sin mala fe por ninguna de las dos partes», dijo. Desde luego, si hay gente que se ha sentido por esto dañada, tengo que disculparme, no queda otra», añadió.
Seguramente, el tema no tendrá mayor recorrido gracias a la actitud que ha tomado Jenni Hermoso quitando hierro al asunto, pero sí quedará para el recuerdo cómo Luis Rubiales estropeó en parte lo que había sido un gran éxito personal.