Si no conociéramos al personaje diríamos que la intervención de ayer de Rubiales fue más que sorprendente. Pero así es Rubiales, a quien nunca le faltó un punto macarra para enfrentarse a quien se ponga por delante. Desafió a todos, se sumergió en el victimismo más profundo, habló de conspiraciones y, como no, aludió a la sombra alargada de Tebas.
Lo que en definitiva vivimos ayer fue uno de los momentos más bochornosos de la historia del fútbol en España. Y esto es mucho decir porque la trayectoria del balompié nacional tiene lo suyo. ¿Y ahora, qué? Rubiales es un kamikaze que conduce en dirección contraria. Está enfrentado a casi toda la clase política, la FIFA le ha abierto un expediente, no se entiende con la Liga y los clubes no le quieren y, lo que es más importante, el Gobierno ya evidenció que no le acepta al frente del fútbol federativo.
De hecho, ayer por la tarde el presidente del Consejo Superior de Deportes anunció que iba a trasladar al TAD la denuncia por su beso a Jenni Hermoso y dejó clara la voluntad del organismo que dirige de suspender al todavía presidente de la RFEF.
Lo que está en juego es algo más que si Rubiales sí o Rubiales no. Desde hace ya muchos años el fútbol ha intentado funcionar como una isla independiente que no se somete a los poderes del Estado. Siempre se ha beneficiado del miedo que la clase política ha demostrado tener ante el mundo del balón.
Solo así se entiende que en su momento el Estado consintiera que el fútbol llegara a tener una deuda mil millonaria con Hacienda y que presidentes amorales dirigieran los clubes y chantajearan continuamente a gobiernos, ayuntamientos y medios de comunicación.
El Estado está para protegernos a todos de aquellos que conducen en dirección contraria y el Gobierno de Sánchez tiene la obligación de que una federación tan importante no sea dirigida por alguien con los valores que orgullosamente exhibe pundonor Rubiales. Porque no debemos olvidar que este caso no se trata de un pulso entre el Gobierno y el presidente de la federación. Se trata de que alguien con las formas de un macarra está violentando nuestra sociedad.