Los futboleros estamos acostumbrados a la mala educación en los campos, banquillos, gradas y aledaños de los estadios. En el césped es normal que se monten tanganas; que los jugadores insulten a los adversarios, al árbitro, a los linieres; que finjan faltas o se tiren en el área para conseguir penaltis; que cosan a patadas a la estrella rival; que escupan o incluso se escupan; que se saquen los mocos; que se toquen los genitales... En los banquillos es normal que los entrenadores hagan aspavientos al árbitro, para ponerlo en evidencia, o a la afición, para ponerla en efervescencia; que los reservas provoquen a cuantos rivales se aproximan a su entorno; que se les indique a los recogepelotas que pierdan tiempo a la hora de entregarle el balón al contrario cuando vamos ganando y que espabilen cuando vamos perdiendo…
En las gradas es normal que se ondeen banderas con símbolos nazis o fascistas; que se lancen bengalas; que se entonen cánticos ofensivos contra aficiones o ciudades; que se griten insultos racistas, xenófobos o machistas; que se aplauda una entrada violenta a un rival virtuoso que desquicia con sus regates; que se le eche el humo del puro a los aficionados colindantes; que se abandonen las bancadas dejando papeles, plásticos y otros residuos... En los aledaños es normal que los hinchas invadan los bares montando una algarabía desproporcionada; que dejen las calles como si hubiese pasado una horda; que los ultras locales queden para recibir con insultos, y a veces pedradas, al autobús del equipo rival; que los ultras de ambos queden para librar supuestas batallas identitarias…
Sin embargo, llega el fútbol femenino y nos da una lección de fútbol y de educación. Las chicas no engañan, no fingen, no golpean con mala intención, no son violentas, no acosan a la árbitra, no montan tanganas. Se apoyan, son solidarias entre sí, hasta se quieren. Son respetuosas con las rivales; por ejemplo, el consuelo de las vencedoras a las derrotadas no es un paripé. En los banquillos hay tranquilidad; la emoción no conduce a la falta de educación. En las celebraciones hay tanta corrección como espontaneidad y naturalidad, incluso ante la reina. Ellas son así, otros no.