Rubiales ya había dejado claro antes del escándalo del beso no consentido a la futbolista Jennifer Hermoso —de la cual, a pesar de ser la víctima de todo este tsunami mediático, apenas se habla— que no tenía categoría ni para ser presidente de una comunidad de vecinos de dos pisos. Ahora bien, si el Gobierno lo tiene tan claro, que lo cese. O que la Fiscalía actúe de una vez por todas contra él. Los hasta ahora paniaguados del de Motril lo han abandonado y las ministras del Gobierno Frankenstein están haciendo su particular campaña contra tan peculiar e impresentable personaje. Aparentemente ya es leña del árbol caído, por lo cual pasemos a hablar y escribir de otras cosas mientras los órganos administrativos —pues los penales nada creo que tengan que hacer— llevan a cabo su trabajo.
Ya son muchos días los que han transcurrido desde que nuestras campeonas obtuvieron el Mundial y solo se habla de Rubiales. Como si él hubiera tenido algo que ver en la brillante trayectoria de nuestra selección de fútbol femenino. Lo que ocurre es que era el presidente de la Real Federación Española de Fútbol y este deporte mueve cientos y cientos de millones. Si llega a ser un deporte minoritario, todo habría quedado en un gesto obsceno de un individuo obsceno. Que nadie dude de que morirá matando.