Un fémur curado, primer signo de civilización

cristina gufé ESCRITORA, LICENCIADA EN FILOSOFÍA Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN

OPINIÓN

CARMELA QUEIJEIRO

03 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Margaret Mead, norteamericana nacida a principios del siglo XX, es considerada pionera de la antropología cultural; hizo estudio de campo —método que permite recopilar datos allí donde se producen los fenómenos— en lugares como Samoa y Nueva Guinea. Sus trabajos nos indican que algo característico del ser humano es su gran capacidad para ser moldeado, y si hay algo que resulta clave para ello es la cultura. Roles de género occidentales, por ejemplo, la pasividad en las mujeres o la agresividad en los hombres, en otras culturas se mostraban a la inversa, por lo que concluye que se hallan determinados por la sociedad y no por la biología. 

Sus teorías, unidas a su compleja personalidad, resultaron controvertidas en su época, y permitieron reivindicar derechos para las mujeres encaminados hacia la conquista de la igualdad —algo que le hubiera gustado, sobre todo a su madre, que era sufragista—. Según su concepción holística o totalizadora de la cultura, dada la relación entre todos los aspectos de la vida, podríamos concluir que lo que nos hace humanos es la empatía; ¿no es esta la que hizo posible en el proceso evolutivo que un homínido cuidase de otro que se había roto el fémur, como nos indican los restos arqueológicos?

En una ocasión le preguntaron a Mead cuál era el primer signo de civilización en la especie humana y, ante la sorpresa de todos los que esperaban tal vez que se refiriese a algún avance técnico, ella respondió diciendo que un fémur fracturado y curado era la primera señal. ¿Por qué? Indicaba que el herido había recibido cuidados de un semejante ya que él solo, por sí mismo, no lo habría logrado. En la vida salvaje, un animal que sufre ese accidente no puede moverse para procurarse comida o huir de los peligros; así, ayudar a otros a atravesar dificultades es el principio de la civilización.

Mead revolucionó los estudios de género y defendió que, a pesar de nuestras diferencias, lo que nos hace humanos no son los rasgos físicos o biológicos, sino algo que permite participar de un espíritu totalizador que es más que la suma de las partes. El fémur roto por un accidente de la naturaleza se ve rehabilitado por el cuidado humano con independencia del género. Tal vez por ello, decía que, gracias al apoyo mutuo, las sociedades han avanzado superando obstáculos. Ella creía en la capacidad de un grupo de personas, por pequeño que fuese, para cambiar el mundo.