Hace tiempo que he aceptado que estamos muy lejos de darle una solución democrática al conflicto que se ha instalado en España, empeñados en que el dulce letargo que nos proporcionó la Transición no necesita renovarse, sino que debe permanecer en el limbo en que nos dejaron los que nos trajeron la democracia hace más de cuarenta años. Lo malo es que los cambios en el mundo han afectado al propio contenido de la democracia, a la presencia en España de nuevas generaciones que no se reconocen en la Constitución, y a esta nueva era de comunicación dialógica en la que tenemos tendencia a reforzar nuestras propias posiciones antes que a considerar las del otro.
No queremos solucionar nuestras diferencias, no queremos encontrarnos, queremos hacer imposible el gobierno de los otros; y encontramos docenas de justificaciones para hacerlo. Todos hablamos en nombre de España, pero solo usamos el nombre de España para conseguir nuestros intereses, para alimentar las emociones de nuestros seguidores o para que nuestro discurso parezca más sincero que el de los otros.
La democracia no está en peligro, España no está en peligro, Cataluña no está en peligro, la amnistía no es un drama nacional, y les aseguro que, haya o no amnistía, no se van a abrir las puertas del averno. Al único al que se le van a abrir los infiernos es a Feijoo, que ya se ha olvidado de su candidatura y solo consume el tiempo para tratar de desmontar la de Sánchez.
No tengo que decirles que todos y cada uno de los que están en ese planteamiento catastrofista lo hacen en apoyo explícito a Feijoo o a su propio discurso, relato o visión de la historia, y es legítimo. Cuando Guerra dice que «la amnistía es la condena de la Transición democrática», más allá de una frase interesante de un expolítico aferrado a su propio pasado, manifiesta la legitimidad de los actores de la Transición para defender su propio legado. Pero también los demás tenemos la legitimidad de superar ese legado, de superar la interpretación ultrajacobina de la propia Constitución que Guerra y otros socialistas de pro hicieron en su día para desconsiderar el aroma cuasi federal, incluso plurinacional, que emanaba de nuestra Carta Magna. Esta generación de españoles tiene derecho a construir su propio espacio de convivencia, y no puede construirlo aferrada a los demonios que no supieron o no quisieron abordar generaciones pasadas.
Tenemos un sistema parlamentario que garantiza que los votos de todos los españoles y españolas cuentan, da igual qué piensen y de dónde sean. Y aunque siempre están los que creen que las cosas se solucionan con mano dura, que el castigo y la represión endereza al que se tuerce, la verdad es que del conflicto se sale con acuerdos, y que si no quieres salir del conflicto es porque te interesa estar en él. Porque da votos a los tuyos, ni más ni menos.