Hay que entender ese intenso deseo de algunos en demostrar que los seres que habitamos este planeta no somos los únicos que andamos zumbando por el universo. Por un lado, sigue vivo en la humanidad ese espíritu de intentar enfocar más allá del horizonte. Por otro, también permanece entre nosotros el poder hipnótico y el afán lucrativo del vendedor de crecepelo. Pero quizás haya que interpretar ese anhelo por lo extraterrestre como un grito de auxilio, como una búsqueda de alternativas a este mundo cada vez más polarizado entre la tragedia y la comedia, en el que a veces se transita por un estrecho sendero que transita entre la risa y el llanto.
De ahí que cada vez asomen más frecuentemente la dudas sobre si reír o llorar ante ciertos personajes o asuntos. Al menos el humor suele ayudar a estas digestiones pesadas. Por eso hasta se puede ver de forma entrañable esa imagen de la estrambótica presentación de dos figuras supuestamente alienígenas que parecen los primos tiesos de E. T. Y también es enternecedor el experto de la NASA que comparece para revelar que aquí hay cosas extrañas difíciles de explicar, pero que tampoco tienen pruebas de que se trate de visitas de vecinos a los que no les habíamos cogido la matrícula. Eso sí, añadió que lo normal es que, en esta inmensidad, no estemos solos. Vamos, un «habelos, hainos» de libro. «A mí, después de la pandemia, del volcán y de la guerra de Ucrania, ya me va apeteciendo la invasión extraterrestre; mejor eso que los zombies», bromea un compañero. De momento, para matar este hambre de otros mundos hay que quedarse con Jordi Cruz y su vídeo «cómo hacer tu alien momificado».