En un contexto de mercantilización de la educación superior, en el que cada vez más las universidades utilizan los resultados de la evaluación de los estudiantes para sus estrategias de márketing, lo que sigue es una invitación a los estudiantes y a los profesores para que se cuestionen sobre el protagonismo que les corresponde a los primeros durante su aprendizaje en la universidad. Con esa intención, destaco en este inicio del curso lo que estimo como más importante de cara a su mejor desarrollo.
Importa que sepan discernir y participar de su rol de estudiante y de su rol de miembro de la comunidad universitaria, sin olvidar su condición de ciudadanos. Importa que construyan «un proyecto personal de aprendizaje al servicio de un proyecto personal de profesión». Importa que sepan que la motivación intrínseca germina de dentro hacia fuera, descubriendo el interés (si lo tiene) de lo que se le presenta y que eso, a menudo, exige un esfuerzo notable. Importa saber que la clave está en el pensamiento, y que: reflexionar sobre lo que se piensa y se hace (metacognición), conocer las propias posibilidades y carencias (autoconcepto), y controlar las actitudes, poniendo todo eso al servicio de uno mismo (autorregulación), son claves en el proceso de construcción de la identidad. Importa saber que estudiar y aprender no siempre van de la mano: pues memorizar sin sentido fragmentos sueltos de información para reproducirlos miméticamente y de manera acrítica no es aprender. Importa saber que tampoco son lo mismo rendir y aprender: pues cuando lo que se hace es «estudiar para el examen» o «trabajar para la nota» (decirle al profesor lo que quiere escuchar, sin importar si se entiende y menos todavía si se está de acuerdo), eso no es aprender. Importa saber que aprender es relacionar la información entrante con el conocimiento previo (académico y/o experiencial) atribuyéndole sentido. Y que el sentido solo se construye mediante el contraste con la realidad y a través de un ejercicio de argumentación y contra-argumentación en un diálogo constructivo (no es el reino del capricho). Importa saber que la razón tiene su emoción y la emoción tiene su razón: que importan los sentimientos. Importa saber que estudiar es atreverse a cuestionar lo que se lee y escucha y a cuestionarse a uno mismo desde eso.
Importa saber que la humildad intelectual es clave para poder aprender. Importa saber que hay «malas prácticas docentes» a las que, a menudo, los estudiantes se ven coaccionados a acomodarse, y que conviene identificarlas y denunciarlas. Importa saber que no es lo mismo someterse a «dar respuestas de otros a preguntas que jamás se formularían», que descubrir cooperativamente con los profesores las preguntas que vertebran y dan coherencia a un campo de conocimiento y a un desempeño profesional. Importa saber que tampoco es lo mismo desarrollar tareas de rutina, de memoria, de opinión o de comprensión, siendo estas últimas las que más interesan pues sirven para superar el academicismo y proyectar lo aprendido más allá del aula. Importa saber que, inevitablemente, la lógica de la evaluación implica «intercambiar conductas por calificaciones del profesor», pero que estas pueden ser alienantes (negarte) o emancipadoras (ayudarte a crecer). Importa saber que un fracaso, a la primera, es una forma de aprender. Importa saber que hay vida más allá de la evaluación. Importa saber que un estudiante universitario, en el espíritu (tan olvidado) de Bolonia, es un estudiante que construye su autonomía mediante el desarrollo de las competencias (conocimientos, habilidades y actitudes necesarios para resolver un problema complejo en su contexto), y que es preferible hacerlo cooperativamente con los demás que hacerlo competitivamente en contra de ellos. Importa saber algo de todo esto para proyectarse en la universidad y construir una hipótesis sobre como le gustaría a uno ser y estar en ella. Importa saberlo, para ayudarles a que lo logren.