Que con los rulos puestos las mujeres son capaces de hacer mil cosas está más que demostrado. Lo hemos visto en nuestras madres, abuelas y bisabuelas. Las madres, abuelas y bisabuelas de muchos hombres que jamás han sabido freír un huevo. Y que en el abismo del hogar han sido unos auténticos inútiles. Ahora, afortunadamente, los tiempos han cambiado algo, aunque algunos señoros que peinan canas sigan instalados en el ayer. No hay peor realidad que permanecer atado a la nostalgia y creer que uno tiene mucho que decir cuando pocos lo quieren escuchar. Desde ese ego herido, Alfonso Guerra quiere ser protagonista de una realidad social y política que ha saltado mil pantallas, que está en otra dimensión y que habla otros idiomas. Así que, desde esa cueva, solo se le ha ocurrido, como un homo trasnochatus, atacar a Yolanda Díaz como en la prehistoria. La ha querido coger por los pelos como un machirulo que solo sabe usar la fuerza y lo que es peor: pensando que hace gracia. Pero el salero de Guerra ya no tiene ni pizca y lo ha destapado como un señorito de rancio abolengo que aún mira por encima a las mujeres. Si su único argumento para desmontar a Díaz es la peluquería, es que desconoce el poder del Dyson y no tiene nada sustancial que decir. Estamos hartas de que los hombres nos expliquen el mundo subiéndose la bragueta. Desde la oscuridad del machismo no hay pelos que valgan.