
Si hoy, como se prevé, Feijoo no obtiene mayoría simple en el Congreso, el rey convocará una nueva ronda de consultas. Y si, como ocurrió en la primera, Junts, EH Bildu, ERC y BNG declinan reunirse con el monarca, este solo podrá constatar que Pedro Sánchez cuenta con 157 votos (PSOE, Sumar y PNV), a diecinueve de la mayoría absoluta y por debajo de los 172 que obtuvo el candidato del PP, por lo que tampoco ganaría una votación por la mínima.
En esta tesitura, ¿podría Felipe VI no designar a Sánchez como candidato a la investidura, dando paso a una disolución de las cámaras y a unas nuevas elecciones? La coalición de Gobierno dirá que tampoco Feijoo pudo acreditar que contaba con los 176 votos y sin embargo sí fue propuesto por el rey. Claro que si su investidura ha sido una «farsa», según proclama la grey socialista, ¿cómo se puede calificar la de alguien que se presenta con solo 157 apoyos y que depende en último término de la voluntad de un fugado de la Justicia?
Todos sabemos que Sánchez tiene atados esos votos que le faltan y a qué precio: una amnistía segura y un probable referendo de autodeterminación. Y lo sabe también el rey, que se enfrenta a una decisión histórica. Puede mantener la equidistancia que marca su papel institucional, y dejar que se consume el chantaje, o —como hizo el 3 de octubre del 2017 tras el golpe de Estado en Cataluña— salir en defensa de «la unidad y la permanencia de España».