En una novela de Ernesto Sábato, El túnel, se expresa la misteriosa relación que se establece entre el creador de la obra de arte y los demás seres humanos como potenciales destinatarios de la misma, a quienes va dirigida.
El protagonista es un pintor que en una de sus exposiciones descubre a una mujer que observa una ventanita situada en uno de los cuadros —detalle que a todos había pasado desapercibido—. De pronto comprende que había captado lo esencial de la obra, lo que él había querido revelar; era necesario conocerla, ya que esa mujer encerraba el sentido.
A veces olvidamos que la obra de arte no solo es posible si hay un artista que la crea, es igual de importante el que la recibe. El objetivo del arte es hacer posible una comunicación, una relación entre el creador y el receptor, solo en esa interacción se produce la experiencia estética, vivencia subjetiva no fácilmente expresable con palabras que nos cura, sana o daña; en cualquier caso conmociona, ya que lo que se ha pretendido es hacerle un «pulso a la eternidad».
Si la realidad en su conjunto está compuesta de varios niveles, el arte facilita el ascenso a planos más altos. Puede ocurrir que el receptor no esté preparado para acoger la obra a pesar de que el creador lo haya logrado, y es ahí cuando se produce el aislamiento, la soledad del artista y su reclusión en un túnel. La luz no siempre está al alcance.
El artista envía un mensaje que circula a la deriva por las esquinas sinuosas de la orilla del mar. El mar es la calle, son los cafés, las avenidas, maniquíes embalsamados en la frialdad de su porte. Y nosotros recorremos laberintos en la persecución de la luz; el artista lo sabe porque solo es uno más en el batallón de los crucificados, de los redimibles por el otro, que está ahí para salvar. A veces se produce el milagro, como cuando dos células minúsculas se hallan y explosionan vida; entonces, el creador encontró a otra alma que expande la suya hacia el océano de la totalidad.
La mujer que descubrió la ventanita en el cuadro fulmina la soledad de la obra de arte y de su creador. Somos los destinatarios del arte de cualquier época, de ahí nuestra importante misión: ser conscientes de ello podría incluso darle sentido a la vida. Los libros aguardan en las estanterías, los manuscritos duermen en los cajones, los teatros apagan las luces de madrugada, los pájaros sobrevuelan Manhattan vigilando si alguien los fotografía; mientras, los túneles crecen paralelos al ansia y a la salvación.