Acaba de morir Luis Alfredo Garavito. Un hombre, por así decirlo, condenado por asesinar a 189 menores. Su apodo, el Monstruo de Génova. Su modo de vida, una aberración. ¿Pero cuántos han sido despedidos con funerales de Estado y dejando un rastro mayor? ¿Cuántos serán honrados como héroes o mártires? ¿Cuántos continuarán decidiendo la muerte de inocentes desde las alturas sin salpicarse de sangre ni de culpa? ¿Cuántos Herodes seguirá fabricando la Humanidad? ¿Son culpables los niños de Israel? ¿Son terroristas los niños palestinos? Son las víctimas y están muriendo como chinches. Nada más. Nada menos. Pero unos no se atreven a condenar los crímenes de Hamas. Otros no quieren reconocer la masacre del Gobierno de Israel. Lo más cómodo es generalizar, juzgar a granel. Así hasta el infinito. Los de arriba nunca sufrirán igual los aplastamientos. Estos días llueven fotos de pequeños ensangrentados. Muertos que pagan deudas de otros, que han sido cinceladas en las mentes con la supuesta ira de Dios, de los dioses. El documental The Gatekeepers, del 2012, es un mosaico de entrevista a antiguos responsables del Shin Bet, el servicio secreto interior de Israel. Al más veterano le da miedo decir en lo que se han convertido. «Crueles», resume. Otro asegura es desesperante ganar todas las batallas y perder la guerra. Y relatan cómo decidieron apretar más de una voz botón que lanza la muerte desde el cielo, cómo despertaron a chiquillos en la noche para llevarse a su padre, cómo su tierra se convirtió en el pequeño laboratorio en el que se fue probando el terror del yihadismo suicida y las técnicas tortura de Abu Ghraib... Y cómo pesa todo eso.