Me cuenta alguien un retazo de conversación entre dos sin techo que le alcanzó en una acera: «A ver qué hacemos cuando estalle todo esto». O algo muy similar. Parece que la percepción de que hemos llegado a una encrucijada histórica se va asentando entre la gente. El propio Biden explicaba hace dos días que «de lo que hagamos ahora dependen las décadas siguientes». La frase es un tanto zapateril, porque las décadas siguientes siempre dependen de las anteriores. Pero él se refería, supongo, a decisiones inmediatas, que también dependen, por cierto, de muchas decisiones previas, como ocurre en Ucrania, donde muchas políticas ucranianas y no ucranianas tenían como objetivo llegar a esta guerra. Y ya la tienen. Ahora quieren que dure.
Por supuesto, no estoy con Rusia. Ni con China. Ni con el caótico mundo musulmán. Quizá alguien tenga que invadirnos, porque ocurre siempre que te debilitas cultural, económica y demográficamente. Si pudiera elegir quién me va a dominar, si me dieran a escoger entre la teocracia musulmana o la nomenclatura comunista, corruptas ambas, creo que me echaría de cabeza en manos de los Estados Unidos a los que tanto he criticado, incluso en el primer párrafo de esta columna. Si tuviera que optar entre residir en la Franja de Gaza o en Israel, sin duda preferiría Israel. Como me decía un amigo esta semana, alguien que tiende a llamarles «anglocabrones», si hay que escoger entre imperios, «entonces los yanquis son mis hermanos». O quizá solo primos, como dicen los británicos, pero de la familia.
Conviene advertir los dos planos. Una cosa es que en todas partes cuezan habas y otra el tamaño de la cazuela, si hay más agua o más habas y para cuánta gente alcanzarán.