Si Europa no es capaz de unificar algo tan sencillo como a qué hora nos metemos en la cama, ¿cómo pretendemos que resuelva asuntos de calado y que, por ejemplo, se ponga de acuerdo ante la barbarie desatada entre los terroristas de Hamás y los matarifes de Netanyahu? ¿O en su propia ampliación? ¿Cómo podemos sorprendernos de los desacuerdos en cuestiones vitales, si no son capaces de arreglar las más asequibles?
Hemos cambiado la hora de nuestros relojes para adaptarla al invierno, operación que la mayoría de españoles, un 84,6 %, preferiría que se acabara de forma inmediata, según una encuesta del CIS. Sobre todo porque la Comisión Europea y el Parlamento Europeo; es decir, Europa, ya se comprometió a hacerlo en el 2019. Pero, por motivos injustificados, continuaremos con este baile horario, por lo menos, hasta el 2026.
La medida lleva años siendo cuestionada por la mayoría de los países europeos. Y por sus habitantes. En una encuesta, sobre una muestra de 4,6 millones de ciudadanos, ocho de cada diez se mostraron partidarios de un horario unificado durante todo el año. Pero, como en la mayoría de los asuntos que nos competen, los países no acaban de ponerse de acuerdo. La dejadez es tan evidente que ni siquiera se puso en marcha el plan de transición, elaborado por expertos, para establecer zonas horarias. Está todo por hacer.
Vamos a tener que empezar a poner bajo sospecha las llamadas de socorro para el ahorro de energía. Y olvidar la recomendación de ducharnos con agua fría y apagar el aire acondicionado. Porque una de las desventajas de este carrusel de cambios horarios, es, a decir de algunos expertos, un mayor consumo, por no decir despilfarro, energético. Lo avalan diversos estudios y el sentido común. A este serio problema hay que añadir, según investigaciones científicas, que el trasiego horario afecta al reloj biológico de un buen número de personas, sobre todo aquellas con unas rutinas muy marcadas. Tiene efectos negativos en el sistema nervioso, ocasionando somnolencia, irritabilidad, problemas de concentración y de memoria, así como trastornos digestivos. Y el que se realiza en primavera origina un ligero aumento de los infartos en los días inmediatamente posteriores. Otro tanto parece ocurrir con el índice de suicidios y el número de accidentes de tráfico.
El horario de invierno que acabamos de comenzar quedó fijado en otro tiempo. La sociedad de hoy, afortunadamente, nada tiene que ver con la de entonces. Nos dimos una nueva forma de vida. Un mundo laboral diferente. Y unos comportamientos distintos. Pero esta Europa tan moderna quedó anclada en el 15 de abril de 1918. Que es cuando comenzó este carrusel-verbena de cambios. Y ahí seguimos. Detenidos en los tiempos de la I Guerra Mundial. Es el concepto que tiene del mundo en que vivimos.