
Un país no se puede quedar mirando fijamente a un punto invisible en la lejanía. Seamos serios y prácticos. Escribir sobre el futuro resulta imposible. Nadie lo conoce, aunque algunos partidos enreden con esa tentación. El presente que tenemos es el de esta monarquía parlamentaria en el que el poder reside en el pueblo. Tenemos delante un sólido edificio constitucional que cumplirá en diciembre 45 años. Menos de medio siglo que ha dado un marco estable y que nos ha traído a los españoles la mejor época de concordia y prosperidad de nuestra historia. La jura de la Constitución por parte de la princesa de Asturias al llegar a su mayoría de edad solo es un paso más, previsto en la arquitectura política que nos sostiene como Estado. El rey Felipe VI es el árbitro entre las distintas sensibilidades y el representante de todos, como corresponde a la monarquía parlamentaria que somos y que emana del voto de los españoles. Así lo decidimos un 6 de diciembre de 1978 para que la Carta Magna entrase en vigor el 29 de diciembre del mismo año. Un arbitraje para el que también se está preparando su hija, la princesa Leonor, de forma concienzuda.
Hoy, la princesa de Asturias pronunciará este juramento al llegar a los 18 años ante el Congreso: «Juro desempeñar fielmente mis funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las comunidades autónomas y fidelidad al rey». Lo hará en el lugar donde reside la soberanía popular, de la que ella es un símbolo cuyas atribuciones están perfectamente definidas por los artículos constitucionales. Ni más ni menos.
A medida que se aproximaba la fecha, se ha ido sucediendo un goteo de deserciones entre algunas fuerzas políticas. Dichas deserciones retratan a quienes las protagonizan. Algunos no sorprenden, pues está en sus siglas la evocación de repúblicas soñadas e idílicas, hasta que fueron realidad en el pasado y no trajeron las mejores fechas para este país. La nómina de los ausentes ha ido aumentado. No estarán los catalanes de Junts ni de ERC. Ni tampoco los vascos de Bildu ni el diputado gallego del BNG, frentes que acostumbran a ir coaligados en las elecciones europeas.
En los últimos días, Podemos ha dado un paso adelante en el rechazo a la monarquía y sus ministras tampoco acudirán al solemne acto. El PNV, por primera vez, se ha sumado al rechazo virtual, virtual en cuanto estas fuerzas sí se benefician del sistema político en el que estamos, cargos incluidos, aunque rechazan la figura garantista que es el rey. Algo que no nos puede hacer perder el rumbo. España, en estos momentos de política convulsa, debe salvaguardar la normalidad institucional. Lo contrario sería caminar aún más hacia la confusión, que trae caos. Seamos pragmáticos, como el propio Gobierno, que subraya el carácter de «hito histórico» de la ceremonia para acallar las interpelaciones sobre la ausencia de sus socios en el Ejecutivo en funciones. La suma de ausentes conforma la mayoría que Sánchez trata de sacar adelante para su investidura. El CIS y las más variadas encuestas señalan a la monarquía como solución, no como problema. Debates todos, realidades, las ciertas.