Tres reflexiones sobre el juramento de la princesa de Asturias
OPINIÓN
Cuando Leonor preste el juramento de desempeñar fielmente sus funciones como princesa de Asturias estará dando cumplimiento al artículo 61.2 de la Constitución, pero también se estará convirtiendo en custodio de un secular legado histórico. Doña Leonor, que también es princesa de Gerona y de Viana, duquesa de Montblanc, condesa de Cervera y señora de Balaguer, estará diciendo al mundo que asume la enorme responsabilidad de quien algún día asumirá la jefatura del Estado. Puede aprovecharse tal acontecimiento para aportar algunas reflexiones.
El artículo 1.3 de nuestra Constitución establece que la monarquía española es «parlamentaria», acepción poco común en las casas reinantes europeas, pero llena de significado. Como recordase el eminente académico Ignacio Astarloa, esta resume el proceso de racionalización monárquica, pues la futura reina no será soberana, ni legislará, ni gobernará, pero representará la unidad y permanencia de una España democrática, libre y plural, que acepta tanto a quienes la aman como a quienes la niegan. De ahí la lógica conclusión de que muchos de sus críticos no cuestionan únicamente la monarquía, sino la unidad de la España que Leonor va a simbolizar.
En segundo lugar, cabe mencionar que, a diferencia de otros cargos públicos como los diputados, la Constitución no permite a la heredera elegir entre prometer o jurar dar cumplimiento a las funciones de su cargo: el artículo 61 fija que el rey, la heredera al trono y los posibles regentes deben prestar juramento. Ello tiene un innegable vínculo histórico, pues uno de los títulos anejos a la Corona española desde el siglo XVI ha sido el de «Rey Católico». Leonor, como sus antepasados, pondrá a Dios por testigo de su compromiso con la nación.
Una tercera reflexión nace de los demás actos previstos. La princesa recibirá de manos de su padre, a propuesta del poder ejecutivo, el Collar de la Orden de Carlos III, nuestra más alta distinción civil. Así se engarzará su juramento con el que realizó Felipe VI en 1986, en una ceremonia que entonces sirvió para dar un papel al Gobierno en una jornada en la que, atendiendo tanto al texto constitucional como a los precedentes históricos, las Cortes Generales y la heredera son las grandes protagonistas. Felipe González aprovechó la ocasión para declarar la «simpatía y lealtad» del Gobierno con el futuro rey, y es de esperar que Pedro Sánchez le emule, pese a las críticas de sus socios y de algunos ministros.
En todo caso, se trata de un acontecimiento especial y lleno de simbolismo que refuerza la estabilidad que con su mera existencia aporta la corona. Deseemos buena suerte a su futura portadora.