Ya no queda paz en los Macondos

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

ALVITE

07 nov 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Macondo era una aldea de 20 casas que ni siquiera tenían nombre. Así es el escenario escogido por García Márquez para su Cien años de soledad. Un lugar mínimo para una historia universal. Nuestros recunchos nativos son nuestra patria más fiable. Son espacios en los que nadie solía agitar banderas. El sol, el viento, la lluvia, el canto del gallo, la luna y la estrellas determinaban las horas. Sin embargo, como escuché el otro día el teatro, «lo que nos hace humanos es que no sabemos vivir. Todo lo tenemos que aprender, hasta la muerte». Y en esas estamos. Todo cambia. No es nuevo, ya lo venía a decir Heráclito de Éfeso hace muchos siglos. Con la pandemia, mucha gente redescubrió la aldea, como el paraíso al que huir de los rigores de la civilización machacona y de los estreses varios y múltiples. Pero no se equivoquen. La aldea ya no es lo que era. Ahora, supongamos, un domingo a las nueve de la mañana, si quiere dormir porque se ha pasado con los licores y los amigos, ya lo tiene difícil. Si no es el vecino de la izquierda el que ha cogido la desbrozadora y te da la mañana cortando la hierba de la huerta, será el de la derecha con un desbarbador haciendo el rebaje en una puerta o en la losa de la calzada que ha instalado para embellecer el acceso a su lustrosa morada o la máquina del ensilado que está en una finca próxima dale que te pego sea sábado, domingo, festivo o Día de Difuntos. El silencio, el recogimiento y el aislamiento eran bienes supremos que pasaron a la historia. El butanero pita, también el panadero, el pescadero y el chatarrero, que repite su machacona retahíla por los altavoces. Y el zumbido de los eólicos. Ya no queda paz ni en los Macondos.