Portugal, potencia democrática mundial
OPINIÓN
La sorprendente dimisión de António Costa como primer ministro de Portugal ha puesto de nuevo la atención internacional sobre la corrupción política al más alto nivel. Paradójicamente, esta dimisión también es un referente internacional de integridad política y de cultura democrática.
El discurso de renuncia al cargo de António Costa debería sonar en bucle en todas las sedes de partidos políticos y en todos los despachos de responsables políticos de todos los países que se precien de ser, o de aspirar a ser, democracias. El ya ex primer ministro Costa defendió de forma contundente y sin matices la independencia judicial, la confianza de los ciudadanos en las instituciones democráticas y la integridad absoluta que deben mantener los políticos.
En relación con la independencia judicial, el ex primer ministro socialista portugués realizó afirmaciones a las que no estamos acostumbrados: «Como siempre, confío totalmente en la justicia y en su funcionamiento, cuya independencia siempre defendí»; «las cosas son como son y yo respeto la independencia de la justicia y agradezco que todos la respeten, y por tanto dejemos que la justicia funcione con normalidad»; «una de las grandes cualidades de nuestra democracia es que los ciudadanos sepan que nadie está por encima de la ley y que nadie se puede entrometer en la aplicación de la ley»; «yo no estoy por encima de la ley. Si hay cualquier sospecha, que sea investigada».
Costa fue también contundente con la integridad de la política y la confianza de los ciudadanos en la democracia: «La dignidad de las funciones de primer ministro no es compatible con cualquier sospecha sobre su integridad, sobre su buena conducta y, menos aún, con la sospecha de práctica de cualquier acto criminal»; «en estas circunstancias, obviamente presenté mi dimisión»; «la dignidad del cargo de primer ministro y la confianza que los ciudadanos deben tener en las instituciones es absolutamente incompatible con el hecho de que el primer ministro tenga su integridad o su buena conducta bajo sospecha»; «tengo el deber de colaborar y de empeñarme en la preservación de la dignidad de las instituciones democráticas»; «no intentaré mantener el cargo de primer ministro».
La calidad de las democracias es directamente proporcional a la calidad de sus líderes. António Costa acaba de acreditar que la calidad de la democracia portuguesa y de sus líderes sigue excepcional, un referente internacional. Es difícil encontrar un país que produzca un mayor número de líderes internacionales por habitante que Portugal. Sus ex primeros ministros han llegado a ocupar los cargos de más alta responsabilidad en algunas de las más importantes organizaciones internacionales del mundo, desde las Naciones Unidas hasta la Unión Europea. Costa brillaba en Europa como la «estrella de los socialistas» y su nombre sonó con fuerza para ocupar la presidencia del Consejo Europeo. Su estrella se apagó, pero no sin antes dejar una estela de profundo respeto por la democracia. Qué envidia.