Supongo que hoy docenas de artículos titulan como yo, con el verso de Machado, con esas cuatro palabras maravillosas que dicen a gritos de la esperanza, de que aún es posible, de que siempre estamos a tiempo de recomenzar. No es un qué, es un cómo, es una actitud ante la vida, esa actitud que en boca de Sánchez reclama la apertura de los diputados de todas las Españas, y a la que responde Feijoo con un cierre en lo comprometido, en lo ya escrito, en el guion predeterminado que debe mover nuestras vidas, como si el hombre estuviera para servir a la ley en vez de la ley para servir al hombre (y creo que ahora también yo estoy plagiando a alguien).
No se equivocó Feijoo, lo hizo el que le escribió la respuesta, lo hicieron toda la bancada popular que aplaudía a rabiar sin que nadie reconociera el añadido de Ismael Serrano, fascinados todos y todas por el golpe de efecto, por la espectacularidad, por cómo iban a llenar las redes con esta repuesta al candidato. Y perdidos en la nebulosa de tanta efervescencia, nadie vio que pisaban en blando.
Todo lo demás que ocurrió en el Congreso de los Diputados ayer no fue más que una repetición con alternativas, de unos y otros, de diferentes versiones de la anécdota de Machado; porque nada hubo de nuevo en las exposiciones de los líderes más allá de un repetido alegato a la concordia de uno y la continua búsqueda de frases impactantes del otro.
Media España quiere salir del conflicto y seguir adelante, y la otra media solo concibe salir de este conflicto haciendo que los culpables paguen, y los políticos construyen estrategias para conducir estas dos posiciones sociales.
Sánchez y Feijoo van a quedar estratégicamente vinculados a sus palabras de ayer, pero los españoles no podemos pasar el resto de la legislatura discutiendo sobre Cataluña. Tal vez, como dice Feijoo, la historia no amnistiará a Sánchez, pero le reconocerá haber configurado una nueva mayoría parlamentaria de la que muchos dudaban.
Es cierto que una parte de los españoles no le perdonarán, sin duda aquellos que fueron a las inmediaciones del Congreso, o los que se manifestaron en Ferraz, y otros tantos que legítimamente piensan que no se deben perdonar los delitos.
Pero si hay algo que no perdonará la historia de este período es cómo los partidos centrados son incapaces de reconducir la política a cauces institucionales, al Parlamento, que es el espacio donde se institucionaliza la buena política, y tratar de seguir a don Antonio, en su hoy es siempre todavía, sin más límites.