Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato nunca se quisieron. O se querían de lejos. Se conocieron en la casa de Bioy Casares. Escribían con pluma de pavo real. Conocieron el éxito, alguna vez el fracaso. En Argentina, unos u otros los adoraban. Pero, como dije, no se querían. La política los separó. Llevaban veinte años sin hablarse y en una feria del libro, allá en Buenos Aires, se dieron un abrazo. Corría la década de 1970. Orlando Barone los vio y les propuso que dialogasen. Lo hicieron en siete ocasiones. De las charlas salió un libro que hoy es difícil de hallar: Diálogos de Borges y Sábato. Más allá de la sabiduría de ambos maestros, el libro es un surtidor de desánimo ante la «cosa pública», escepticismo y lejanía. Ambos pensaban que la política se burlaba de la gente. Y ahí es donde yo pensé en los días grises que vivimos en España. Estamos inmersos en una sátira constante que nos deja indefensos e impotentes. Como una novela de Kafka: los condicionantes externos son tan aplastantes que nada de lo que puedan hacer los personajes les arranca la desolación.
Aquí, en la España de Sánchez, la sátira es el pan de cada jornada. Desde Aristófanes a Quevedo no hemos vivido la burla como algo tan cercano. Como si estuviésemos constantemente dentro de las páginas de un libro jocoso o bufo. Como si la verdad o la mentira ya no importasen. Como si todo se convirtiese en un páramo sin ética o moral. Esa es mi sensación. Creo que he sido estafado. La razón es una, pero a su lado se extienden muchas más causas y azares. El presidente del Gobierno ha llegado a la presidencia haciendo y diciendo todo lo contrario de lo que hacía y decía antes del 23 de julio. Y parece no importarle. No le ha importado nada. El grado de humillación del Estado ante las peticiones independentistas ha llegado a su punto más álgido. Donde más duele. Porque la amnistía puede caber en la Constitución (así lo certificará, afirman muchos juristas, el tribunal presidido por Conde Pumpido), pero no puede caber en el ámbito de una conducta decorosa y honorable. No solo hace desiguales a las personas, sino también a los territorios. Si en nombre de una Cataluña independiente se pueden cometer delitos, por qué no cometerlos en Galicia o Andalucía. La amnistía se negó a los independentistas cuando la reclamaron en el Congreso, entonces todo el PSOE remaba en la misma dirección. Ahora reman, juntos también (las excepciones son mínimas), en dirección contraria. Si los maestros Borges y Sábato contemplasen este panorama, descreerían, todavía más, de la política. Ya no sirve para resolver los problemas de la gente, sino de alguna gente. Ya no intenta alcanzar el sueño de la igualdad, sino la asimetría y la jerarquía de castas. Es tiempo de sátira. De burla. El Estado de derecho es el protagonista de este género literario que vivimos desde julio del 2023. El futuro escribirá nuestro presente con líneas torcidas.