Las distintas Administraciones públicas se han acostumbrado a gastar más de lo que ingresan año a año. A esto se le conoce como déficit público. En concreto, desde el 2008 el Gobierno central no ha sido capaz de cuadrar un presupuesto. Como le puede suceder a una familia, el sector público debe compensar esta diferencia entre ingresos y gastos con deuda. Y la deuda tiene un coste en forma de los intereses que debemos pagar a cambio de los préstamos que recibimos.
Endeudarse puede parecer atractivo, ya que nos permite tener un nivel de vida aparente más alto. Digo aparente, porque cuanto más endeudados estamos, más recursos debemos destinar al pago de intereses. Como una bola de nieve que va creciendo y se hace cada vez más grande. Para devolver los préstamos, existen dos posibilidades.
La primera es que la deuda se haya usado para realizar inversiones cuyo retorno compensará el coste de la financiación. Por ejemplo, que el Gobierno gaste más en innovación y esto ayude a generar un mayor volumen de empleo y de riqueza a medio y largo plazo. Con estos nuevos recursos, pueden devolverse los préstamos de manera más o menos holgada. La segunda es que el gasto realizado a base de endeudamiento se utilice para partidas presupuestarias de gasto corriente. Por ejemplo, aeropuertos fantasmas que nunca han visto aterrizar y despegar un avión. Dado que esta deuda no ha permitido generar recursos con los que devolver los préstamos, los contribuyentes deben hacer un esfuerzo pagando más impuestos o bien renunciado a servicios públicos como la sanidad, educación o ayudas sociales. Desafortunadamente, este es nuestro caso.
Para ser conscientes del problema de endeudamiento que tiene España, el Instituto Juan de Mariana ha publicado el Día de la Deuda. Un informe que aterriza las cifras, a veces de difícil comprensión, sobre la magnitud de la deuda pública. En el caso de nuestro país, si se comparan los ingresos y gastos previstos para este año 2023, el saldo negativo es del 8,6 %. Este porcentaje quizás no nos diga nada, pero si los ingresos y gastos se distribuyen a lo largo del año, podemos decir que, desde el 30 de noviembre, todo el gasto se financia con deuda. Si consideramos los presupuestos autonómicos, Galicia es la más responsable: su día de la deuda es el 28 de diciembre. Con una deuda que crece a un ritmo de 206 millones de euros diarios, emerge una realidad muy preocupante: la ilusión fiscal. Un fenómeno que se exacerba por las políticas fiscales cortoplacistas. Se crea una falsa percepción de prosperidad mientras se acumulan montañas de deuda. Sin embargo, hay una verdad ineludible: esta deuda es un pesado lastre para los hombros de los más jóvenes.
La ilusión fiscal en un engaño peligroso. Permite a los gobiernos gastar más allá de los recursos disponibles. Esta opción es insostenible y deja un legado tóxico para las futuras generaciones. El endeudamiento desmedido de hoy es, en esencia, un impuesto sobre el futuro. Las generaciones actuales le pasan la factura de su irresponsabilidad financiera a las siguientes. Debemos exigir a los políticos que sean responsables y equilibren el presupuesto para no sacrificar la prosperidad de las generaciones futuras. Hoy no hay nada que celebrar, sino todo lo contrario. «Feliz» día de la deuda.