Supongo que hay un momento en la vida en el que el espíritu Karina nos invade y cualquier tiempo pasado nos parece mejor. La Navidad es oro para que la memoria centrifugue y yo no puedo dejar de pensar en aquel año que le pedí a los Reyes Magos a doña Rogelia, convencida de que me iban a traer a una abuela contadora de chistes a discreción. Mi tía María Jesús se empeñó en llevarme a El Corte Inglés y presentarme a la vieja antes del día 6: «La niña tiene que ver que eso es un muñeco al que tú le metes la mano, que encima cuesta diez mil pesetas», le decía a mis primerizos padres a mediados de los años ochenta. Creo que me lancé por la escalera mecánica llevada por la furia. Pero eso me lo contaron. Porque yo de lo que me acuerdo es de que luego comimos un chocolate con churros para compensar el disgusto mientras mi tía me explicaba que aquella muñeca era muy cara y un poco engañosa, que ni hablaba sola ni mucho menos. Y que, aunque lo hiciese, no merecería la pena porque costaba mucho dinero. Fui feliz con el Baby Luz que encargué en una segunda versión de la carta. Tengo tan marcados los regalos de cada año, de la bicicleta rosa a los Juegos Reunidos o aquel casete de Olé Olé que le regalaron a un primo, que mato la morriña preguntándole a los niños qué le piden a los señores de Oriente. Machaco con el interrogante a mis hijas. O a los de otros. Me asombra escuchar a tantos críos decir que solo le piden sorpresas; que no le ponen nombre y apellido a lo que quieren. Me debato entre si son perezosos, si tienen tantas cosas que no desean nada o si cualquier tiempo presente es mejor y a las nuevas generaciones se la resbala el materialismo. De ellos espero lo mejor. Pero de lo que estoy convencida es de que si pidiesen a doña Rogelia se la pondrían (pondríamos) en bandeja. Desengañar a los niños ya no cotiza al alza. Es una pena, porque se puede hacer sin dañar sentimientos. Resulta obsceno que un crío reciba regalos de mayor cuantía que el salario mínimo interprofesional. Si piden sorpresas, sorprendámoslos con la prudencia; con el sentidiño. Mi tía María Jesús lo hizo. Quizás sea por eso que la quiero tanto.