Se va un 2023 polarizado, en el que moría un gatito cada vez que alguien en las redes o en las tertulias decía, con muy poco tino y aún menos solvencia, que en España había una dictadura dirigida por un señor que gobierna en absoluta minoría, Pedro Sánchez.
Y llega el 2024, un año que promete emociones fuertes y en el que tal vez sí podremos usar con fundamento la palabra dictadura. Hay motivos. Con nombres y apellidos. El primero se llama Javier Milei. Sacó la motosierra para ser elegido y para desguazar el ineficaz Estado argentino. Pero pretende usarla también para lograr poderes extraordinarios y saltarse límites legales y el juego de mayorías en el parlamento. Esas maniobras suelen acabar mal. Con fugas en helicóptero de la Casa Rosada, con retrocesos democráticos o, directamente, con insurrecciones y asonadas.
De golpismo y autoritarismo sabe mucho Donald Trump, el político más mentiroso de la historia reciente. Si la justicia no lo impide, será candidato otra vez en Estados Unidos. Si llega a la Casa Blanca, ha prometido ser «dictador por un día». Fiel a su costumbre, falta a la verdad. Si lograra el poder, no lo soltaría. Pero no lo conseguirá. Más allá de que está imputado, su presidencia fue un absoluto desastre y su figura polariza como ninguna otra en el mundo. Genera un enorme rechazo. Y la restricción del derecho al aborto funciona como gran activo electoral. ¿Se acuerdan de Vox y el 23J? Aplíquenlo a Estados Unidos.