El muñeco de Sánchez ha sido el MacGuffin de la semana para evitar que se hable de lo que realmente preocupa a los españoles: el paro, el precio de los alimentos, la legalización de la okupación, las dificultades para comprar una vivienda o un coche eléctrico, el fracaso del sistema educativo, el colapso de la sanidad, la falta de expectativas de nuestros jóvenes... Pensaba que no iba a dar más de sí, pero el PSOE ha presentado una denuncia en la Fiscalía por la piñata de Nochevieja en Ferraz, enumerando una serie de posibles vulneraciones de la ley, como amenazas, delito de odio, manifestación ilícita o injurias graves contra el jefe del Ejecutivo.
Por supuesto, nadie con un mínimo de sentido democrático puede apoyar el teatro de guiñol escenificado ante la sede socialista, aunque a algunos se les vaya la mano al rasgarse las vestiduras y hablen incluso de «linchamiento» (solo se puede linchar a una persona, no a una marioneta o a un ser inanimado).
Lo que sorprende del argumentario progresista es la piel fina que demuestra tener Sánchez —y toda la izquierda— cuando apalean un muñeco que representa al presidente, mientras, al mismo tiempo, no se inmuta al pactar con Bildu; un partido en el que se integran ex etarras y cuyos seguidores protagonizan agresiones —estas sí, contra personas de carne y hueso— como la paliza a dos guardias civiles y sus parejas en Alsasua en el 2016, o la recientemente sufrida en Castro Urdiales por otros dos agentes del instituto armado a manos de un grupo que los atacó al grito de «¡cipayos!».
No me imagino que habría hecho Sánchez si hubiese estado en la piel de Margaret Thatcher, caricaturizada ferozmente cada semana en la serie Spitting Image. ¿Pedirá que lo indulten, como al ninot de las Fallas?