Cuando el bipartidismo imperfecto reinaba en España, siempre que el PP tenía una mala jornada, el PSOE ganaba. Y viceversa. Un día negro para los socialistas subía la cotización de los populares.
El miércoles el Gobierno pasó un viacrucis en el Congreso. Tuvo que llegar a un pacto escandaloso con Junts para sacar adelante los muy necesarios decretos anticrisis. Y sufrió la vendetta de Podemos contra Yolanda Díaz. Los cinco votos de los diputados tránsfugas, teledirigidos por Pablo Iglesias, frustraron la aprobación de la reforma del subsidio de desempleo.
Ante estos hechos, en otros tiempos el PP habría salido muy reforzado, pero no fue así. Pareció desdibujado y confuso en el maratón de votaciones y negociaciones. Se notó en las imágenes (hubo memes sobre las dudas de líderes populares). Y se percibió en las redes y en las tertulias. Salvo los muy forofos, pocas voces cantaron la victoria de los de Feijoo, que salió ayer a compensar con el anuncio de una triple ofensiva «sin cuartel».
¿Perdieron todos el miércoles? Sí. Salvo Puigdemont, dominador ausente de la escena, capaz de exprimir la minoría de Sánchez más allá de la amnistía, con un opaco acuerdo sobre inmigración que hizo rechinar los dientes de muchos tuiteros de izquierdas. Excelente forma de ayudar al PSdeG a movilizar posibles abstencionistas para las elecciones gallegas del 18F.