Hay siete tipos de «hambre»
OPINIÓN
Enero es el mes de las rebajas, el de apretarse el cinturón, el de «subir la cuesta» y también, cada año en mayor medida, el de las dietas para perder peso. Año nuevo, tipo nuevo, suele pensarse, sobre todo tras los excesos navideños, las cenas, comidas y aperitivos en los que predominan el alcohol, los azúcares y la grasa.
Entre los brindis y los pequeños atracones y la decisión de restringir la cantidad de comida pasan apenas horas. No parece muy razonable, pero, lo que es más, tampoco resulta efectivo a tenor del fracaso mayoritario de este tipo de planes de alimentación autoimpuestos.
La motivación que viene asociada a los famosos propósitos con los que queremos comenzar el año mejorando nuestra vida puede ser un buen acicate para perder peso, ganar en salud y mejorar nuestra autoestima. Ahora bien, si se quiere tener éxito, el planteamiento debe ser serio, mantenido en el tiempo y con un cambio de enfoque.
Se trata de modificar nuestra relación con la comida y con la báscula, sabiendo por qué se come. Y es que se han identificado hasta siete tipos de hambre y los que están relacionados con nuestras emociones van ganando terreno. Se sabe que existe una estrechísima relación entre la ansiedad o cualquier otro tipo de malestar emocional y la comida. Esta actúa directamente sobre nuestros mecanismos de recompensa y, en este sentido, tiene un componente adictivo, que puede igualarse en intensidad a algunas sustancias tóxicas como la nicotina o el alcohol.
Comemos porque nos produce placer, lo que sirve de alivio a nuestras tensiones y calma nuestro nerviosismo y ansiedad. De esta manera vamos asociando, por repetición de la conducta, bienestar con comida, y seguimos manteniendo esa relación en el tiempo.
A perder peso se comienza en muchas ocasiones sabiendo lo anterior y detectando emociones, pensamientos y sensaciones que nos influyen a la hora de sentarnos a la mesa. Es necesario acudir a un profesional de la psicología en caso de que se sienta preocupación o se viva cierto descontrol alrededor de las ingestas. También si se acude a la comida cuando algo provoca malestar o cuando la preocupación y rumiación por los alimentos se han instalado en nuestro día a día.
Una vez que el psicólogo ha ayudado a detectar esta relación negativa con la comida, debe ser este, junto al nutricionista, quien guíe a la persona por todo el proceso. El enfoque que propugnamos es el del cambio de hábito y no el de la restricción alimentaria. Todo ello acompañado de la información importante sobre alimentos y pautas que nos van a ayudar a modificar no solo nuestra imagen, sino a mejorar en todos los aspectos de la salud. Para evitar un nuevo fracaso será relevante saber que incorporar nuevos hábitos, en este caso el de comer mejor, requiere de un proceso de adaptación que incluye conectar con las sensaciones de nuestro cuerpo y relacionarnos de una manera diferente con nuestras emociones. No es un proceso lineal en ninguno de los sentidos, por lo que la tolerancia a la frustración será clave para lograr el éxito.