Esa extraña sensación que produce mirarse al espejo y descubrir que te han salido manchas en los lugares más ignorados del cuerpo sin haber hecho otra cosa que vivir. Será que la vida nos ensucia y hay años que te caen como manchas de chocolate, vino o lejía. La vida también nos arruga como si fuéramos de lino y, aunque a algunos les resulten bellas, la verdad es que se podría discutir.
Son cosas de la piel, ese órgano tan poco valorado que nos envuelve, defiende y define la frontera entre el yo y el «no yo». Un órgano que embriológicamente se desarrolla a la par que el cerebro y que mantiene una profunda relación con él durante toda la vida. Palidecer de miedo, sonrojarse de vergüenza, emocionarse con piel de gallina, salirte ronchas de ira, caérsete el pelo de estrés o sufrir urticaria con cierta gente, son algunas de sus sincronías. Pero hay muchas más, la piel también tiene memoria y guarda registro de cada caricia, cada día de playa y navegación, cada beso y cada herida; al envejecer, igual que el cerebro, la piel recuerda todo lo sentido aunque no se acuerde ya de lo que comió ayer. La piel y el cerebro se arrugan los dos a un tiempo y perrean juntos el reguetón de la vida hasta acabarse la rabe.
Pero no solo las manchas de la piel salpican nuestra vida, peor aún son las manchas del honor, ese concepto simbólico que nos mantiene erguidos en toda circunstancia, por encima de intereses y dificultades, que cimenta nuestra buena reputación y que cuando se mancha nos convierte en truhanes, sinvergüenzas, canallas, granujas, pillos o bribones.
Hay manchas del honor, que duelen más que las de la piel, son manchas del alma y no admiten láseres de última generación, se llevan toda la vida, aunque solo las vea uno mismo
Simbólicas eran también (y para algunos siguen siendo) las manchas de sangre que hacían referencia a la pureza de una raza supremacista que al cruzarse con otras la manchaban irremediablemente.
Y fuera del alma y la piel también está La Mancha ¿de dónde viene el topónimo de la tierra de Don Quijote? Pues no está nada claro, la hipótesis más convincente es que viene del árabe Al-Mansha (tierra seca), pero otros lo refieren a un origen latino: mácula (mancha), haciendo referencia a los rodales de esparto que teñían esa tierra cubriéndola de manchas oscuras.
Nuestra Mancha cervantina no tiene nada que ver con el canal de La Mancha, cuya etimología viene del latín manîca (manga) haciendo referencia a la forma que semeja el canal marítimo visto desde el aire.
Resumiendo, que la vida es una mancha y las manchas, manchas son.