La cantante Taylor Swift acaba de poner de actualidad, involuntariamente, un término que desde que se creó lo encontramos con demasiada frecuencia. Se trata del inglés deepfake, formado con deep, ‘profundo', y fake, ‘falso'. Se emplea para designar las imágenes, generalmente de vídeo, manipuladas o generadas con técnicas de inteligencia artificial. En muchos casos, como el de Taylor Swift o el no menos grave de unas niñas extremeñas, se inserta el rostro de una persona en el cuerpo desnudo de otra, generalmente en posturas sexualmente explícitas, con desastrosas consecuencias para las víctimas de esas manipulaciones.
A pesar de los esfuerzos que se han hecho por dar con una traducción afortunada de deepfake, una y otra vez acaba imponiéndose la voz inglesa. La propuesta más frecuente como alternativa en español es el adjetivo ultrafalso, que usado como sustantivo resulta chocante: Difunden en redes sociales ultrafalsos de Taylor Swift. Más sencillo es hablar de vídeos falsos, falseados o manipulados.
En cualquier caso, como es posible evitar el extranjerismo, conviene hacerlo, por mucho que a estas alturas ya estemos familiarizado con el inglés deep, que muchos se empeñan en emplear. Lo tenemos presente en la deep web, la web o la internet profunda, nombres con los que se designa la parte de la red cuyos contenidos no es posible rastrear con los motores de búsqueda convencionales. Y que no tiene relación con la internet oscura, la dark web, donde lo peorcito de cada casa oculta sus miserias.
En el mundo informático encontramos con frecuencia otros deeps, desde el deep learning (aprendizaje profundo) al deep sleep mode en que puede entrar un dispositivo para ahorrar más energía. Aunque el que en su momento tuvo mayor relevancia fue Deep Throat, que en España conocimos en los años setenta como Garganta Profunda. Fue este el nombre clave que Bob Woodward y Carl Bernstein, los periodistas del Washington Post que descubrieron el caso Watergate, dieron a una misteriosa fuente informativa de voz profunda con la que se veían en secreto. Los periodistas tomaron el apodo del título de una película pornográfica cuya protagonista, encarnada por Linda Lovelace, tenía una garganta de singular anatomía.
En algunos medios periodísticos se sigue empleando hoy garganta profunda, esta con minúscula, para referirse a fuentes de información confidenciales. Al menos en eso emplean su idioma.