A los futbolistas de élite cierta parte de la sociedad los trata como a dioses a los que todo les está permitido y, en ciertas ocasiones, evidentemente menos que más, no son más que personas absolutamente inseguras que tienen el dinero por castigo. Este es el caso de Dani Alves, uno de los futbolistas más galardonados de la historia del balompié, a quien se ha condenado por la violación de una joven en una conocida discoteca de Barcelona a finales del 2022. La Fiscalía solicitaba nueve años de cárcel y diez de libertad vigilada y su defensa no lo tuvo nada fácil durante el juicio. La negación inicial de los hechos y las cinco versiones que posteriormente de su boca salieron, junto con la declaración de testigos y el testimonio de la víctima, pesaron en su contra. El derecho penal es lo que tiene. Se le da mucha importancia a pruebas que el antes intocable Alves jamás pensó que se fueran a volverse contra él. ¿Cómo le van a dar más credibilidad a una joven que va a divertirse a una discoteca que a él, que lo ha ganado todo en ese deporte que constituye el opio del pueblo? Te has equivocado, Dani. Si realmente saliste a dar rienda suelta a tus instintos más básicos tenías que haberlo llevado a cabo en una república bananera y no en un Estado de derecho como España, donde, por lo menos oficialmente, todos somos iguales ante la ley (artículo 14 de la Constitución).