La situación de Gaza, con treinta mil de sus habitantes masacrados por tropas israelíes enviadas por el primer ministro Benjamin Netanyahu, ofrece una visión muy trágica del conflicto. Porque la realidad es que, como han señalado muchos analistas, el líder israelí parece tener un interés muy personal en evitar que el conflicto se detenga. En este sentido, el primer ministro palestino, Mohammad Shtayyeh, ha expresado su convicción de que «la guerra continuará durante todo este año». Lo cual perfila un horizonte lúgubre en la ya muy machacada Franja de Gaza.
De la Conferencia de Seguridad de Múnich, celebrada los pasados días 17 y 18 de febrero, ha emergido un amplio consenso sobre una hoja de ruta necesaria, que incluiría en el alto el fuego la liberación de rehenes y la entrada de ayuda humanitaria, para luego impulsar un proceso que lleve al establecimiento de un Estado palestino con garantías de seguridad para Israel y la normalización de las relaciones de este con los países árabes. Pero estas conclusiones de la reunión de Múnich no parece que hayan frenado la nueva ofensiva de Netanyahu sobre Rafah, donde no ha dejado de crecer el número de víctimas mortales.
La pregunta que se hacen muchos es: ¿quién puede frenar a Netanyahu? La ausencia de una respuesta clara ha motivado condenas airadas, como la del presidente de Brasil, Lula da Silva, quien ha dicho que «lo que está ocurriendo ahora con el pueblo palestino no ha ocurrido en ningún otro momento de la historia, porque no es una guerra de soldados contra soldados. En realidad, ha ocurrido cuando Hitler decidió matar a los judíos». Una referencia que muchos han tratado de evitar para no embarrar más el patio.
La triste realidad es que la guerra —por llamar de algún modo a lo que está ocurriendo— no tiene visos de concluir a corto plazo, lo cual constituye un fallo de la propia comunidad internacional y de sus respectivas organizaciones. Porque el conflicto debería ser atajado cuanto antes para salvar la vida de los que todavía no han muerto.