Aprendizajes veinte años después del 11M
OPINIÓN
Los masivos atentados de Nueva York en el 2001, de Madrid en el 2004 y de Londres en el 2005 determinaron un planteamiento estratégico y geopolítico que convirtió al terrorismo yihadista en una de las grandes amenazas para nuestras democracias. Así se recogió en los documentos de seguridad desde entonces con distintas consecuencias para la persecución de este fenómeno, algunas desproporcionadas, otras muy ajustadas.
En lo referido al 11M en Madrid, tras veinte años del luctuoso suceso, estamos en condición de realizar al menos tres consideraciones de amplio calado.
Desde la lógica terrorista el ataque fue un éxito. El terrorismo busca sobre todo influir en las sociedades en las que actúa para mudar las políticas públicas y las decisiones que se adopten. Persigue insuflar miedo e incertidumbre, antes que matar a más o menos personas. En este sentido, el 11M tuvo incidencia electoral en los comicios generales que tuvieron lugar poco después, el 14 de marzo. ¿El resultado de esas elecciones hubiera sido el mismo sin el atentado? Posiblemente no. Entonces, ¿los terroristas marcaron el camino? Ello demuestra, por lo tanto, el logro de lo que tal vez era su principal objetivo: alterar el gobierno.
En segundo lugar, las respuestas de los partidos políticos no fue la más adecuada. Se enzarzaron en una agria disputa que duró años, mostrando un penoso ejemplo para una sociedad fracturada por el dolor que no se merecía tal falta de visión amplia. La rotura del consenso en las democracias es, por cierto, otra finalidad del terrorismo, en la que caemos en ocasiones sin percibirla. Los partidos políticos deben ser capaces de actuar, a veces, sin consignas propias y excluyentes, de clave electoral, y apostar por una unidad útil para el interés general.
Y, en tercer lugar, el 11M no debe ocultarse sino mostrarse en nuestros libros de historia reciente para enseñar la brutalidad y sinrazón del terrorismo, su naturaleza intolerante y eminentemente antidemocrática, y su enorme capacidad de incidencia en los procesos de toma de decisiones, anulando lo racional en favor de lo emocional. Los responsables de los atentados, no lo olvidemos, son los propios terroristas, en ningún caso los gobiernos democráticos. Pensar lo contrario es una aberración.