Cuando el ministro de Transportes, Óscar Puente, vino a visitar las obras de los viaductos de O Castro en la A-6, en diciembre pasado, compartió con los allí presentes que, cuando era pequeño y venía a visitar la Sarria natal de su padre, el viaje a Galicia era una «tortura». Hacía mención a las carreteras «tortuosas» de aquel tiempo y lo «tremendo del trayecto». Tengo la impresión de que ya no viene tan a menudo a Sarria, porque hay tramos de la A-6 que seguro que lo transportarían a la infancia.
A pesar de que recientemente se ha abierto al tráfico el carril en sentido Madrid del viaducto de O Castro, después del derrumbe del 2022, aún nos tocará esperar hasta finales de este año para poder conducir por el otro. Esto, unido al derrumbe de taludes, tiene como consecuencia que haya hasta 36 kilómetros de la A-6 con algún carril anulado para la circulación.
Pero, por si esto fuera poco, el mal mantenimiento del pavimento hace que los conductores nos enfrentemos a tramos como el de Arteixo hasta Baralla, con algún que otro bache y el pintado de las líneas divisorias tan desgastado que con lluvia casi no se ve.
En realidad, todo el tramo desde Lugo a Ponferrada, unos 50 kilómetros, está sembrado de baches y socavones en los dos carriles. En algunos tramos está tan mal que los camiones sufren reventones de ruedas, rotura de amortiguadores y movimientos de carga, poniendo en peligro la seguridad del transportista.
Esto solo es bueno para los talleres de reparación y las empresas de venta de neumáticos, que, mientras la autovía siga así, tienen un buen negocio asegurado.
Pero Galicia no vive solo de los talleres de reparación y la venta de neumáticos. Galicia tiene una industria, un comercio y un turismo que necesitan una autovía en condiciones. Por la A-6 se mueven una tercera parte de las mercancías que entran y salen de nuestra comunidad, y es una vía popular para los que nos vienen a visitar. Además es la principal vía de conexión de la provincia de Lugo, que, sin tren de alta velocidad y con las autovías a Ourense y Santiago sin terminar, es la peor conectada de Galicia.
Partimos con la clara desventaja de que en nuestra comunidad tenemos peores infraestructuras, que son la base para el desarrollo de cualquier región. Sin embargo, las buenas infraestructuras de Madrid y Cataluña han facilitado un desarrollo económico mayor, llevando hacia esa zona una buena parte de la población en detrimento de otras regiones, incluida Galicia.
Esta migración es un riesgo para el noroeste del país, donde ya el 28 % de la población tiene más de 60 años y el PIB es más bajo. Con lo que, a la falta de desarrollo de las infraestructuras y el mal estado de algunas existentes, se une una mayor dificultad para encontrar talento, creando una brecha competitiva cada vez más difícil de superar. Esto no es aceptable.
El ministro Óscar Puente ha reconocido ser consciente de la situación en la que se encuentra la A-6 y asegura que ya están trabajando en ello. Esperemos que así sea y no nos encontremos ante un nostálgico que quiera mantener nuestras carreteras tan «tortuosas» como las que recorría de niño.