Desde David luchando contra Goliat, pasando por Robin Hood enfrentado al sheriff de Nottingham hasta Curro Jiménez o El Zorro, son numerosas las historias recogidas en la literatura sobre los héroes de origen humilde, quienes, tras ser testigos de innumerables injusticias, deciden levantarse contra los poderosos para defender a los más débiles de la sociedad. La impunidad con la que los nobles y ricos actuaron durante siglos, por no decir milenios, las desigualdades y la falta de justicia fueron el germen de no pocos levantamientos y revoluciones, siendo quizá la de Francia a finales del siglo XVIII la que ha tenido más repercusión en nuestra sociedad occidental.
Pero el ser humano, como es bien sabido, es incapaz de aprender de las lecciones de la historia —entre otros motivos porque esta es fácilmente manipulable—, puede tropezar no una, ni dos, sino infinitas veces en la misma piedra. La corrupción, el nepotismo, la manipulación legislativa, la dilación en la aplicación de la justicia siempre acaban por fomentar una de las peores lacras de la sociedad: la cultura de la impunidad. Una cultura que no conoce fronteras, idiomas, ideologías, sistemas políticos ni eras, pero que socava la confianza y el respeto del elector hacia el elegido y hacia todo el sistema.
Como consecuencia, el ciudadano de a pie acaba hastiado, agotado, asqueado hasta el vómito al ser testigo de cómo aquellos a los que hemos elegido, que en teoría nos representan y, por lo tanto, deberían ejercer sus funciones con diligencia, dignidad, profesionalidad y sobre todo honestidad, se niegan, sean del color político que sean, a abandonar sus cargos, incluso cuando están siendo investigados con indicios más que suficientes, aferrándose a la sacrosanta presunción de inocencia.
Sin cuestionar el principio que defiende que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, pero desde luego echo de menos la dignidad de los tres ministros alemanes que, ante el cuestionamiento de plagio de sus tesis doctorales, decidieron dimitir de sus cargos. Aquí, los que falsean sus currículos no se sonrojan. ¿Cuándo aprenderán que la mujer del César y el marido de la Cesarina, además de ser honrados deben dar ejemplo?