La persona envidiosa

Elisardo Becoña LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

OLIVIER MATTHYS | EFE

23 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Quién no ha sido alguna vez envidiado? ¿Quién niega que ha envidiado a otras personas? ¿Quién no conoce a alguna persona envidiosa? La envidia nos persigue, pero preferimos negarla. Creemos que no nos afecta a nosotros, solo a los demás. Se nos hace presente y molesta cuando nos envidian familiares, amigos, compañeros de trabajo u otras personas.

La envidia es una emoción, un sentimiento, siendo por algunos considerada una de las emociones humanas más antiguas. Emoción secreta, porque esa persona no admite que exista, aunque la aplique a diario. Porque envidiar es desear algo que no se posee, como amor, dinero, respeto, poder, juventud, belleza … que otros tienen. Exige la comparación con otros. Todo puede ser envidiado. El extremo del envidioso es cuando se unen vivir y envidiar. En tal caso, el envidioso sufre mucho, como se ve claramente en la persona narcisista.

Hay varios tipos de envidia, una social y otra íntima. La primera es más pública; la segunda es más solitaria e íntima. Para ser nosotros mismos nos tenemos que comparar con otros, de ahí el riesgo de que aparezca la envidia. Nadie está libre de ella. También se diferencia la envidia sana (se reconoce como tal y equivale a admiración o emulación) y la insana (la envidia patológica).

El envidioso, en su estado más puro, su forma de estar en el mundo es envidiando todo y a todos. Envidia a los amigos, a los vecinos, a sus compañeros de trabajo, a los que tienen algo que él no posee, o si lo posee cree que no en la suficiente cantidad. Sin envidiar no es capaz de vivir. Envidiar se convierte en patológica y desadaptativa. Deja de disfrutar de la vida, nada le satisface lo suficiente. No está satisfecho con lo que tiene. Su ideal sería que los demás no tuviesen nada y que él tuviese algo, un algo indefinido, perverso e irreal.

Cuando la envidia persiste en el tiempo, y no se logra revertir los efectos que no se desean en otros, se le incrementa el sufrimiento. No entiende cómo otros triunfan, o disfrutan de la vida, cuando cree firmemente que no tienen derecho a hacerlo. El sí. No es capaz de reconocer que envidia a otros, sus posesiones o atributos (belleza, inteligencia, sociabilidad, habilidades). Sus creencias erróneas, sus pensamientos distorsionados, le han llevado a ello. Y cambiar su forma de pensar no es fácil. De ahí que la envidia crónica puede llevar a la persona a la depresión, ira, agresividad, o ser una característica del trastorno de personalidad narcisista. En otros casos, al bulo, odio, mentira, frustración, daño hacia otros. Al final, la envida carcome a la persona por dentro. La hace infeliz.

Abandonar la envidia es difícil. Miguel de Unamuno, hace casi un siglo, consideraba que la envidia era el rasgo más característico de los españoles. Los tiempos han cambiado. Hoy no es así. La envidia ha descendido a nivel social y personal, pero sigue presente en muchas personas.