Asco, Alves

Elena Roca TOCA PLACAR

OPINIÓN

Quique Garcia | EFE

27 mar 2024 . Actualizado a las 11:26 h.

Eso es lo que sentimos con este caso, asco, Alves. Tras la sentencia creímos que se iba a hacer justicia. Cuando se concluyó que sí que había existido violación pese a sus mentiras infames, con la pena mínima, cuatro años y medio. Ha estado solo catorce meses en prisión provisional como medida cautelar y ahora, a la espera de que se resuelvan los recursos contra su condena, ya está fuera de prisión. En libertad provisional a la espera de sentencia firme. Si durante la instrucción se le denegó dicha posibilidad por riesgo de fuga, ¿ahora se ha esfumado el riesgo? Ha conseguido pagar la fianza y ahora ya se puede escapar de España, y qué curioso, luego de Brasil no se le puede extraditar.

Los jueces deberían ser mucho más contundentes, por mucho dinero que tenga el violador. No han de dejar a las víctimas desatendidas. No deben dar prioridad a los agresores, sino a las agredidas. De otro modo, solo aprendemos que a la justicia no le importan las víctimas. Y algo muy grave también es que se beneficia a los violadores que son ricos. ¿Cómo se puede infravalorar así la gravedad de una agresión sexual? ¿Cómo se puede dejar al sucio dinero la libertad barata y la posibilidad de huida del preso? Pagando con el dinero del poder y aún con un voto particular en contra (de tres), se le deja en libertad bajo fianza. Libertad que no tendrá nunca su víctima, sino un trauma de por vida. Además de haber vivido la agresión sentenciada con la pena mínima, le ha destrozado la vida para siempre. Secuelas psicológicas confirmadas por la agresión y por su exposición pública: estar en la boca de todos, ser ninguneada ante el importante, e incluso haber sido diana de burlas de los gallitos del corral.

Impotencia. Frustración. Rabia. Ahora no nos queda más que eso y asco. ¿Cuál es el ejemplo que nos da como sociedad? Lo que extraemos con estas decisiones es que no piensan en la víctima. ¿Acaso merece la pena denunciar? ¿Qué conclusión sacan las víctimas y los agresores? ¿Para qué sirve una sentencia entonces? Qué solas estamos. Es injusto. Además de este cabreo con la Justicia, a mí, que soy una gran defensora de los valores en el deporte, me da vergüenza que este tipo pueda o pudiera ser ejemplo alguna vez de los mismos. Desde luego, toca placar contra su muestra de desprecio por el respeto, la humildad y la integridad que deben rodear a los deportistas. Su imagen nunca más debería ir unida al deporte y lo que le rodea, como empresas, formación, divulgaciones deportivas; para que no siga dañando nuestra imagen como valor social.