Las gaviotas insolentes

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

Un grupo de gaviotas en la isla de Sálvora
Un grupo de gaviotas en la isla de Sálvora monica ferreiros

01 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El cielo de mi barrio es una parcela apasionante donde las gaviotas campan a su aire, nunca mejor dicho, mientras los vecinos, aquí abajo, contemplamos el desparpajo de su vuelo entre ofendidos y asombrados. Vienen y van jugando con el viento, como surferos imaginarios que cogen fuertes corrientes y se dejan llevar despreciando las tormentas. A veces se persiguen frenéticas y se gritan, se insultan gravemente, se pelean, escapan a las nubes más altas y se quedan allí como en un exilio que dura poco, porque se aburren y vuelven abajo, a las calles, donde se posan sobre coches y contenedores, sobre las farolas, vigilando las meriendas de los niños que salen de los colegios cercanos. Los niños, cuando llegan por la mañana, lo hacen en un patinete que sus padres y madres traen de vuelta, dando una imagen —la de hombres y mujeres con el artefacto sobre el hombro— que al observador, que no comprende, le parece absurda. Pero por la tarde, cuando se acaban las clases, como ciclistas o marchadores olímpicos, son alimentados con meriendas variadas que ellos comparan y envidian, creando rivalidades y rencores. Pero, a la primera de cambio, las gaviotas se lanzan al corrusco o al trozo de fiambre —a la fruta, no— y salen volando y gritando con el botín en el extremo anaranjado de ese pico que parece una herramienta de ferretería.

Y mientras todo esto ocurre, los gorriones, modestos e irresponsables, un poco atolondrados, siguen picando miguitas temerosos y, a la menor alarma, levantan el vuelo.