Tendría unos diez años, no más; es un recuerdo que todavía me impresiona. Todas las mañanas, doña Manolita, la profesora que por entonces teníamos en EGB, desplegaba la misma rutina. Nada más llegar y quitarse el pesado abrigo de astracán, llamaba a Angelines, una niña pobre a la que sentaba sola, en una mesa aparte (el resto estábamos juntas, las listas delante, las tontas atrás). Angelines era menuda, tenía el cabello rubio pajizo, el cuerpo raro, algo deforme, diría yo, y olía a pis y a ropa sucia. «Angelines, levántate y ven», le decía. Y la niña se levantaba e iba. Ante el resto de las alumnas, la profesora fruncía la nariz y luego le preguntaba, bien alto, para que todas lo oyéramos, si su madre ya le había quitado los piojos. Los ojos fijos en el suelo, Angelines asentía. Entonces para comprobar que era verdad, doña Manolita se aproximaba a ella. Del pecho despegaba una mano pequeña, surcada de venas azules, en la que bailaba una sortija, que se introducía en el cabello de la niña. Durante unos minutos, en los que nadie se atrevía a respirar, los dedos artríticos danzaban como patitas de araña en busca de piojos. Alzaban hebras y las volvían a bajar, propinaban tirones, clavaban uñas. «¡Aquí hay uno!, ¡asquerosa!», se oía al fin. «Dile a tu madre que si mañana no apareces con la cabeza limpia, te expulsaré del colegio».
Aunque en aquel momento ninguna de las otras niñas éramos plenamente conscientes de lo que ocurría, una rabia rara se nos enredaba en el estómago. Aquella forma de aislar a quien, según la profesora, no formaba parte del clan por ser pobre y vulnerable, fue la primera construcción de la otredad que presenciamos. Todo empieza ahí, en las aulas del colegio, y a veces no sabemos lo importantes que pueden llegar a ser los educadores. Quiero pensar que las cosas han cambiado; espero que sí. Porque ahora me doy cuenta de que, en su perversa ignorancia, aquella profesora del tardo franquismo, en lugar de dar ejemplo, plantaba en un puñado de niñas la semilla del mal ejemplo de una conducta que remite a las grandes cuestiones que hoy dominan la política mundial: las fronteras, los movimientos de masas, la xenofobia o el racismo.