El río de la vida

Segismundo García ADMINISTRADOR ÚNICO DE SARGADELOS

OPINIÓN

R. García | EFE

04 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La vida es como un río. Caudaloso e indómito. Nada lo detiene, busca su cauce imperturbable a los accidentes del terreno y desemboca en el mar, «que es el morir», según canta el poeta. También dice: «Allí van los señoríos, derechos a se acabar y consumir… y llegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos». El río (la vida) no distingue, no encasilla. A todos nos arrastra y nos encamina. Es verdad que unos bracean y alborotan más que otros. Es cierto que unos bajan atragantados y otros nadan con más soltura. Pero no debemos engañarnos, unos y otros vagamos por el río, deambulamos por la existencia, pensando que la vida es nuestra. Y no. Nosotros pertenecemos a la vida.

Siempre ha sido así. Fueron ellos, nuestros ancestros, los que mejor entendieron el enigma de la subsistencia. Fiaban su futuro a la incertidumbre del azar. Era el curso del río, la fatalidad, la que dirigía la particular odisea de cada uno. Ahí, en esos libros antiquísimos (la Ilíada, la Odisea, los Vedas) se cantan y se relatan las aventuras y desventuras de criaturas que se enfrentan o se coligan a los hados en busca de un rumbo imposible que solo la vida, en su transcurso inagotable, va definiendo.

 Más recientemente otros juglares (pero siempre poetas) han insistido en la incertidumbre del destino, en el parejo final que a todos nos iguala, en la engañifa de buscar oropeles y honores mundanos. Pues todo está escrito. Ya todo está resumido y compendiado en coplas y cantares. Somos nosotros, los humanos, los que buscamos singladuras difíciles para presumir ante nuestros congéneres. Y son ellos los que aplauden nuestro arrojo y valentía. Todos, al fin, bisoños en el difícil arte de «saber vivir». Solo algunos, pocos, cuando ya atisban el final, reconocen lo baldío de su esfuerzo, lo desacertado de su búsqueda incansable; y comprobamos, con pasmo e incredulidad, lo mucho que hemos avanzamos en tecnología y lo poco que progresamos en torno a la metafísica de la existencia. Quizás porque las incógnitas de la vida, el sentido de la existencia, son enigmas indescifrables oscurecidos por la soberbia de la presunción intelectual humana. Las pasiones, los anhelos, las desdichas humanas ya están descritas, analizadas y argumentadas desde tiempos inmemoriales. Y ahí continúan, imperturbables, guiando nuestra conducta, sí, pero sometidas inexorablemente al cauce de la vida.

Si uno cavila sobre el devenir de su existencia, deduce fácilmente que no todo es libre albedrío, que hay circunstancias, casualidades y causalidades que parecen dispuestas para dirigir nuestros pasos en un determinado sentido. Es verdad, que podemos ir a trompicones o apresurados. Pero el camino está trazado. Es el río, el caudal de la vida el que nos acarrea. Unos batallan más que otros. Algunos incluso saben flotar. Otros se empeñan en nadar a contracorriente. Pero todos fluyen por la torrentera camino del mar, del óbito final. Todos siguen el curso del río, de la vida, del destino. Y sueñan que son ellos los que marcan el rumbo; pero, no. Ellos, si acaso, y solo los más espabilados, esquivan los rápidos más peligrosos, aprovechan las corrientes más favorables o se sirven de las encalmadas para coger aire y mantenerse a flote. Solo unos cuantos, muy pocos, saben de la inutilidad del esfuerzo y se dejan llevar a lomos del caudal. Puede que sean los más sabios. Nadie lo sabe. Solo intuyen que nadie es protagonista en el libro de la vida, por lo que cualquier atisbo de petulancia, la más mínima señal de resistencia, un pequeño rastro de contrariedad, en vez de facilitar el camino, dificultarán la travesía prolongando la odisea.

No hay que engañarse, el desenlace final a todos nos iguala y, como dice el trovador: «ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos». Pero, entre tanto, mientras discurrimos por el río que nos conduce, ¿cuál será la actitud más cabal? ¿Bregar y batallar buscando las mejores corrientes? ¿O dejarse llevar imperturbables? Nadie lo sabe.

Sí, conocemos hechos gloriosos, admiramos personajes colosales, padecemos calamidades devastadoras; pero, al final, todo se diluye en el río de la vida. En el curso de la Historia. Desde las gestas más excelsas hasta las mezquindades más ruines. Si acaso, un breve recuerdo en algunas mentes estudiosas. Porque el río continúa su curso, imperturbable. Es cierto que algunos se sienten protagonistas, quieren ser intérpretes de la historia y, en ocasiones, los que los acompañan aguas abajo así los consideran. Pero tanto los héroes como el gentío acaban arrollados por el caudal impetuoso de la vida, siendo imposible, con el paso del tiempo, distinguir los unos de los otros.

Cualquiera que tenga el sosiego de aquietarse en un remanso podrá percibir el rápido discurrir de fortunas, honores, dignidades y hermosuras. Todo ello enmarañado de miserias, deformidades, ignominias y vilezas. El río todo lo agita y lo mezcla. Y la vida sigue su curso.