El 17 de mayo del 2018 Luis Rubiales fue elegido presidente de la Federación Española de Fútbol. Entonces, La Voz publicó un artículo bajo el titular «Las cosas pueden ir a peor». Dentro del mismo, podía leerse: «Ha ganado el controvertido Rubiales y entramos en un terreno inquietante con alguien instalado en el conflicto de forma permanente, ambicioso como pocos, excesivamente vehemente y que aunque promete transparencia, tiene tras de sí un pasado reciente bastante opaco». «Los precedentes vaticinan enfrentamientos épicos entre el presidente de la federación y el del fútbol profesional. Una pena, salvo que el cargo produzca una transformación en el carácter de Rubiales, con la que nadie cuenta. Parece mentira que después de 28 años de villarismo, las cosas puedan ir a peor».
Y, efectivamente, a peor fueron las cosas con Rubiales, que ha arrastrado a la federación por un lodazal impropio de un país desarrollado como es España.
Lo premonitorio del artículo no obedece a las dotes adivinatorias del autor, sino simplemente a la observación de la realidad que nos deparaba el fútbol en aquellos tiempos. Entonces, Rubiales era bienvenido porque, para el Gobierno, Tebas era el malo de la película al que había que parar los pies. Pero lo cierto es que en aquel momento se estaba aplaudiendo que el zorro fuera el cuidador del gallinero.
Luis Rubiales contó con el cariño del Gobierno de Pedro Sánchez, que prácticamente alcanzó el poder a la par que el propio exfutbolista. Bajo el manto protector gubernamental de los socialistas empezó el caso Rubiales, hasta que se dieron cuenta de que el personaje era tóxico y de que tarde o temprano iba a explotar consecuencia de sus propios excesos. Nadie protege ya al exdirectivo y hasta el lenguaraz Piqué guarda silencio esperando que la investigación judicial le pase de largo, algo que parece improbable ahora mismo.
La imagen internacional que está ofreciendo el fútbol español da lástima. Incluso cabe la posibilidad de que la federación sea intervenida por la FIFA, en lo que sería una vergüenza de proporciones bíblicas. Un país como el nuestro, que presume de ser una de las democracias más avanzadas del mundo y que es incapaz de gestionar su deporte favorito sin ir de escándalo en escándalo. El mundo entero se preguntaba quién era el señor calvo que besaba jugadoras sin su consentimiento, que se tocaba las partes en el palco de autoridades o que cargaba a cuestas con alguna de las futbolistas.
No había que rascar mucho para saber de qué pelaje estaba hecho Rubiales. Nunca engañó a nadie. Siempre fue así. Un vulgar macarra bajo cuyo mando pusieron una entidad con casi un millón de licencias y con cientos de millones de euros de presupuesto. Ahora ya entramos en un nuevo proceso de renovación federativa. Esperemos que esta vez salga cara, pero sería descorazonador que después de todo lo que ha pasado siguiera en el puesto el tal Rocha, cuyo principal mérito para estar en su actual posición es haber sido nombrado por el dedo del gran Luis Rubiales.