Devoraba los primeros rayos de sol maduros de esta primavera impuntual cuando me ocurrió algo insólito que hacía años que no me sucedía: un joven se acercó a preguntarme ¡si tenía hora! Algo trivial antaño, pero tan excepcional en estos tiempos como que te pregunten por una dirección que no sepa Google Maps o que te pidan fuego. Conozco a gente desertora de la puntualidad que no lleva reloj (son pocos), el resto mira el móvil, que eso sí que lo lleva todo el mundo.
Estos pequeños intercambios comunicacionales que acercaban a extraños están bloqueados por el muro tecnológico. Seguros, digitalmente más eficaces, pero más aislados.
Solo o acompañado, lo cierto es que estos días en que el sol ha vuelto a nuestras vidas parece que estamos mejor física y mentalmente, lo que expresa la importancia que el astro rey tiene y ha tenido en toda la historia de la Humanidad. Todas las civilizaciones han adorado al Sol.
La arqueología muestra muchas estructuras antiguas alineadas con los cuerpos celestes que sugieren firmemente la idea de que esas personas adoraban el poder del Sol, ejemplos como Stonehenge en el Reino Unido o las pirámides de Egipto y México dan fe de ello.
En el culto egipcio, Horus es el Sol naciente, Ra es el Sol del mediodía y Osiris (dios de los muertos) es el Sol moribundo de poniente. En América Central y del Sur, las culturas antiguas de los aztecas y los mayas también miraban al sol y desarrollaron calendarios bastante complejos basados en su movimiento y situación en el cielo; templos, como el famoso Machu Picchu en Perú, se han asociado con un culto religioso inca dedicado a la adoración del Sol.
Hoy, que ya hace mucho tiempo que hemos superado la etapa mítica del astro y mandamos naves a verlo más de cerca como Ícaros posmodernos, el Sol nos sigue hechizando, a veces patológicamente como describe el psiquiatra compostelano Santiago Agra, que publicó un interesante artículo sobre «los miradores del sol», gentes que se dan en todas las culturas y que pasan horas contemplándolo en una especie de obsesión fatal hasta quemar sus retinas y quedar ciegos.
Hoy en día los rituales del sol no se ofician con sacrificios humanos de vírgenes para reclamar su benevolencia, consisten en paneles solares que transforman su mítico poder en energía fotovoltaica. Pero aun con todo, cada primavera, cuando el Sol comienza a reinar, alabamos su presencia y nos quedamos embobados recibiendo sus caricias como conejos hipnotizados frente a los faros de un coche.
Hasta que un joven anacrónico se acerca y te despierta del trance preguntándote la hora. Here comes the Sun!