Leo en el blog del profesor Ángel Ruiz una consideración de John Henry Newman sobre la ignorancia invencible y, por tanto, no culpable. Newman, uno de los promotores del Movimiento de Oxford, converso al catolicismo, cardenal, y santo desde hace poco, decía que «nada más lejos de la verdad eso de que los eruditos no tengan disculpa [de su ignorancia de Dios]: ellos eran los que con más probabilidad [que los ignorantes] se encontraban en una ignorancia invencible». He seguido la traducción de Ángel Ruiz y también sus acotaciones. Y me apunto a la sorpresa que el profesor de la Universidad de Santiago manifiesta: «Yo siempre había pensado que la ignorancia invencible se daría sobre todo en la gente con menos capacidad intelectual».
Escribo el viernes por la tarde y está anunciado un posible Armagedón para este fin de semana, un apocalipsis de misiles sobre el mar Rojo. Quizá se ha producido mientras escribía la frase. Quienes toman estas decisiones, como quienes tomaron las previas, saben que comprometen miles de vidas ajenas. Como lo sabe mi poco estimado Zelenski, que ha pedido una nueva leva de jóvenes. ¿Cuántas generaciones piensa sacrificar Ucrania en semejante carnicería? Eso sí, terminarán dándole a Rusia lo que necesita: un ejército fogueado en batallas reales, más ordenado y algo menos corrupto.
Pensándolo bien, los que diseñan estas locuras no son sabios ni ignorantes. Son solo culpables. La doctrina de la ignorancia invencible no se les puede aplicar. Habría que elaborar una nueva: la de la crueldad o la codicia miserables e invencibles fruto de almas de suela endurecida, incapaz ya de sentir ansias nobles, ternura o pena. De la misericordia, ese invento cristiano, ya ni hablamos.