Se ha escrito y hablado mucho sobre la crisis actual en la Franja de Gaza y es bastante probable que sigamos haciéndolo, bien porque el enfrentamiento se prolongue, tal y como parece, bien porque se extienda a alguno de los países vecinos. Pero por mucho que escribamos, describamos, denunciemos, critiquemos o lamentemos, la realidad es que los que quienes sufren las consecuencias, cuando ya se han cumplido seis meses del terrible ataque de Hamás a los kibutz de Be'eri, Kfar Aza y Niz Oz y al Festival Nova de Música, que se saldó con la muerte de unas 1.200 personas y el secuestro de 250, así como del inicio de la represalia israelí, que ha provocado la muerte de unos 33.000 palestinos, son los civiles que se encuentran atrapados en la ratonera gazatí.
La crisis humana es de tal calibre que apenas si podemos describirla. Gaza está prácticamente arrasada y se calcula que los más de 23 millones de toneladas de escombros tardarán años en ser retirados cuando la guerra acabe. Pero, más allá de las necesidades físicas y de la devastación material, lo realmente preocupante, y que no tendrá solución ni a corto ni a medio plazo, son los traumas y los problemas emocionales y mentales de las personas atrapadas en un territorio que no desean abandonar porque es su hogar; que no quieren o no se atreven a delatar a los integrantes de Hamás, a quienes consideran los héroes de la resistencia y, probablemente, también los causantes del desastre actual, y el odio creciente al enemigo que les ataca de manera tan despiadada y sin tregua.
Solo se me ocurre una situación peor que la de los palestinos en Gaza y es la de los secuestrados israelíes en la Franja. Aquellos que todavía estén vivos habrán tenido que soportar no solo las consecuencias de los ataques israelíes, sino todo tipo de torturas a manos de un enemigo que solo los tiene a ellos para vengarse. De los 133 secuestrados israelíes, 36 han fallecido y del resto poco o nada se sabe. Es más, en plena negociación para una tregua, Hamás ha confesado que no puede intercambiar ni siquiera a 40 de ellos, no sabemos si es porque están desaparecidos o muertos. Y si Hamás no cuenta con su baza principal para negociar, pese a la crisis humana y la presión internacional, es más que probable que no solo la guerra no acabe, sino que ni siquiera haya tregua y ocurra todo lo contrario.