Resulta que no existe el libre albedrío. Lo dice Robert Sapolsky, uno de los mayores expertos mundiales en comportamiento humano. Nada de lo que hagamos depende de nuestra estricta razón. Somos y hacemos lo que dicta nuestra biología y este mundo en el que nos ha tocado vivir. Así que, en realidad, Sánchez o Rueda no están ahí, en el Gobierno, por voluntad general ni por la libertad de voto, sino por nuestra condición. Así que si usted se pimpla todas las noches media botella de whisky, no se sienta culpable. Lo lleva en los genes y no tiene más remedio. Ni siquiera ha sido libre en tener hijos o no o en escoger a la pareja que cada noche lo, o la, acompaña en la cama. Y yo que creía que había sido un corajudo cuando dejé de fumar o cuando sigo a rajatabla el tratamiento que me recomienda la nefróloga. ¿Qué mérito tiene pasar ocho horas diarias chapando Derecho Civil para aprobar unas oposiciones a notarías, preparándote un MIR o haciendo ingeniería aeronáutica? Eso lo haces porque te vino de serie y porque tu cuerpo te lo pide. Si Vinicius o Lamine regatean a tres defensas y la enchufan por la escuadra es porque esa es su condición y tampoco tiene tanto valor: nacieron para driblar mejor que los demás mortales. No tenemos ni remota idea, dice Sapolsky, de por qué alguien es amable, digno, empático o criminal, ni los factores que le han llevado a ello. Y va mi compañero de bachillerato Manolo Baña, doctor en Psicología, y me lo confirma: que no hay más que ver lo parecido que son los comportamientos de los chimpancés y los humanos. Solo nos falta aullar hacia la Luna. Ahora entiendo que estos días vuelen misiles y drones cargados de muerte. ¡Y tan anchos! Es nuestra condición.