Han pasado dieciséis años, en España gobernaron cuatro presidentes, hubo en este tiempo siete ministros de Fomento —dos de ellos gallegos, Pepe Blanco y Ana Pastor—, se invirtieron mas de diez mil millones de euros y por fin, el 21 de mayo, llegarán a Santiago, Vigo y A Coruña los primeros trenes de alta velocidad, estrenando los modernos convoyes Avril, los AVE 106.
Ha sido la historia interminable, desde el Prestige con Aznar de presidente y Álvarez Cascos de ministro, el trágico accidente de Angrois, la fecha mágica e imposible del 2005, la evitable ministra Magdalena Álvarez, los trazados alternativos, las disculpas imposibles; y va a ser Óscar Puente quien realice el viaje inaugural cuando mayo entre en su última semana.
No me caía mal el ministro cuando era alcalde de Valladolid, modernizó la vieja ciudad castellana desde la cercanía y campechanía, que abrió a cierto cosmopolitismo. Me gustaba su defensa apasionada de la Semana Santa local, como cofrade del Descendimiento y del Cristo de la Buena Muerte.
Dado a la logorrea y a la demagogia, es vendedor y difusor oficioso de la buena nueva sanchista, y cree firmemente que Renfe/Adif es de su propiedad.
El pasado sábado publicó en este diario un artículo que tituló «Galicia tiene ya sus trenes pese a los que no compraron un solo vagón», donde ejercitaba sus dotes de pedagogía ferroviaria y realizaba el márketing que Renfe evita.
Actuaba como un revisor, especificando horarios y destinos, anunciando descuentos de promoción, y concluía su columna divulgativa subrayando que «un ministro debe asumir muchas responsabilidades, pero entre ellas no está la de fabricar trenes, ni entregarlos a tiempo». Y su frase final era nada menos que la popular expresión «que cada palo aguante su vela».
Ni más, ni menos, ministro. Ya está claro que Avril con uve acerca Madrid a Galicia en mayo, y sin que los gallegos compraran un solo vagón como escribías, hurtándonos que el AVE es una cuenta aplazada, una deuda contraída con el pueblo gallego, que ni así queda saldada, que aísla Lugo y deja Ferrol en una esquina.
Es un placer viajar en poco más de dos horas hasta la nueva capital provisional de Galicia, Ourense, que comienza a ser descubierta; viajar como en una canción de Andrés do Barro en «el tren que me leva pola beira do Miño», y saber de una vez que Fisterra no quiere decir exactamente el fin del mundo.
Le ha tocado a usted, señor ministro, abrir las puertas de Galicia para que entren con el tren, la modernidad y el futuro.