Nuestra Unión anda por el sur firmando pactos infames, que han culminado con el no menos infame pacto migratorio alcanzado en Bruselas. No muy tarde nos avergonzaremos de nuestra ignominia. Los europeístas no podemos reconocernos en esta Europa acobardada.
El más manido de los pactos infames es aquel de paz para nuestro tiempo, que Chamberlain mostró en un papelucho con la firma de Herr Hitler. De ahí viene la no menos manida cita de Churchill: «Os dieron a elegir entre guerra y deshonor. Elegisteis deshonor, y tendréis guerra».
En este campo se juega la democracia europea. Si asume que todo el que quiera entrar en Europa puede, subirán las opciones nacionalistas xenófobas, porque los ciudadanos que compiten directamente con los foráneos por sus empleos manuales y sus servicios públicos no lo aceptarán. El precedente del voto comunista trasvasado a Le Pen crece. Si elevas la represión, también minarás los valores democráticos y te confundirás con los xenófobos aunque te pintes de rosa.
La realidad internacional es dura, férrea. Ahí no se puede prometer todo a todos. Lo único sólido a lo que asirse son los principios, quien los tenga. El primero que hay que saber es que todo ser humano tiene derecho a salir de su propio país, lo que implica la indecencia de pagarle a otros para impedir que dicho ser humano salga, sobre todo de los países en tránsito. La legislación internacional es clarísima, diáfana.
Por eso es infame el pacto migratorio, y todos los pactos que estamos firmando con Egipto, Argelia, Túnez, Marruecos, Mauritania, Senegal… y hasta con ciertos señores de la guerra en Libia. Ya sabemos que Putin es capaz de empujar a miles de migrantes contra las costas y las alambradas europeas. Es igual. Mandamos militares al Sahel con la excusa de abortar ese riesgo, y ahora salimos con el rabo entre las piernas, porque no podemos enviar los necesarios y equiparlos con lo debido. Francia, la primera. Reconozcamos nuestra impotencia y apliquémonos a superarla, pero no cubramos esa vergüenza con la infamia de pagar a otros para hacer el trabajo sucio. Recordemos a los godos enfrentándose a los ensoberbecidos y decadentes romanos, cuyo emperador cayó en Adrianópolis. Cerrarse es perder, y subcontratar el control fronterizo aun lo acelera. De aquí a finales de siglo, lo que hay allende Gibraltar será mucho más joven y crecientemente numeroso que los senescentes europeos. Si no se quiere ser realista, al menos séase honorable.