El derecho a disentir

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una imagen de archivo
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una imagen de archivo DPA vía Europa Press

06 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Creo que son tres los poemas que Jorge Luis Borges dedica a escritores argentinos. Uno a Ricardo Güiraldes; otro a Manuel Mujica Láinez y el tercero a Hilario Ascasubi. El de Mújica y el de Ascasubi están en La moneda de hierro (1976). Me centro en el último de ellos. Un soneto en el que Borges muestra su desolación por la situación política argentina. «Alguna vez hubo una dicha. El hombre / aceptaba el amor y la batalla / con igual regocijo. La canalla / sentimental no había usurpado el nombre / del pueblo». La canalla sentimental. A mis alumnos, cuando comentamos el poema, les hablo del «chantaje sentimental» con el que algunos políticos argentinos manipulaban a los ciudadanos. Pienso en Borges y pienso en esta España doblada sin decoro alguno: frívolamente. No podemos consentirlo. Porque el Estado de derecho se fundamenta en pilares inviolables. Tras la tragicomedia vivida la pasada semana (que denominé Cinco días en el limbo) conviene reflexionar, ya sin ironía. El presidente Sánchez no ha actuado convenientemente. Se ha creado su propio relato y ha intentado transmitirlo a la ciudadanía. Ha convertido un problema personal, particular por lo tanto, en un problema general de orden democrático. Lo ha dicho sin pudor. Ha hecho creer a algunos que las calles reventaban con vítores hacia su persona, cuando en realidad fueron unos pocos miles de militantes los que se movilizaron. Ha hecho creer que la inquina va de la derecha contra la izquierda, nunca al revés. Él, que llamó «indecente» a Mariano Rajoy en un debate televisivo; él, que ha lacerado públicamente al hermano de Díaz Ayuso (al que la Justicia ha exonerado de toda culpa); él, que «ha cambiado de opinión» de manera constante; él, que aplaudía sonriente mientras en el Congreso su vicepresidenta mentía sobre la esposa de Núñez Feijoo; él no puede dictar una lección democrática a los ciudadanos que discrepan, y critican, sus maneras políticas. Eso, precisamente, es lo que está en juego en estos días: el valor de la discrepancia. Discrepar no significa ser enemigo. Discrepar es el verbo propio de toda democracia solvente y madura.

España se juega mucho estos días de mayo. Los jueces están en alerta y contemplan con preocupación la deriva a la que parece someterse la separación de poderes. Ese es uno de los bastiones que sostienen la igualdad entre ciudadanos. Y más allá de la igualdad está, aun, la libertad. Muchos periodistas se sienten amenazados por el actual Gobierno. Algún ministro ha proferido insultos contra medios de comunicación en defensa de su líder. El derecho a la discrepancia se pone en duda. Y lo peor, lo más doloroso, es que hay quien defiende estas actitudes mesiánicas («Algo tan alejado de la buena política, como es el mesianismo, es lo que se ha podido ver en estos días», decía acertadamente el editorial de La Voz del pasado martes). No hay que rendirse. Nos jugamos el derecho a disentir.