Los éxitos tienen familia numerosa. Un montón de padres, de madres, de abuelos, de tíos. Los fracasos son huérfanos. Este domingo en Cataluña ha sido el entierro del procés, el mayor desafío que ha sufrido la sociedad española tras el macabro terrorismo de ETA. Hoy es el día de poner de nuevo en valor el discurso del rey Felipe VI después de los segundos que duró la presunta independencia que terminó con Puigdemont huyendo en el maletero de un coche rumbo a Francia. Es la primera vez en cuatro décadas que los partidos independentistas no suman. No es un asunto menor. Es la certificación de que el procés ha muerto. Así lo están subrayando los expertos y así se refleja hasta en la prensa internacional. El viaje hacia ninguna parte ha saturado a la sociedad catalana. Los nacionalismos tienen los días contados en gran parte del territorio español. Puigdemont apenas ha subido en votos. Su crecimiento ha sido de un punto y medio, aunque el personaje haya decidido seguir por la senda del espectáculo con su propuesta de que se va a presentar a la investidura. Lo hace por el as en la manga de los siete escaños que tiene en el Congreso. Cree que puede manejar a Sánchez como a un títere.
ERC ha sufrido un batacazo sin precedentes. No se puede ser muleta y actor secundario del Gobierno de Madrid. Aragonès era un mal candidato y así es que se va. No hace falta estudiar Políticas para darse cuenta. No tenía la dimensión de Junqueras y encima fue el responsable de una desastrosa gestión de la Generalitat, donde los servicios públicos de la mano de la Administración autonómica han funcionado peor que nunca. La CUP también ha caído. Se han convertido en los radicales light, algo que no existe en política cuando optas por el extremismo. Incluso al procés se le entierra con un desagradable invitado de última hora: la extrema derecha ultrasecesionista, que llega al Parlament a generar más confusión y furia. Todas estas circunstancias son la demostración de que el nacionalismo que solo sirve para extorsionar al Estado empieza a tener los días contados. Exacerbar los sentimientos de amor a tu tierra para enfrentar al resto de los españoles penaliza, menos en el País Vasco. El PP ha multiplicado por cinco sus votos en el escenario más difícil, sin que Vox haya bajado sus números. Incluso ha sumado un puñado más de apoyos. Algo se está moviendo. El que no lo quiera ver es que tiene los ojos cerrados. Es un síntoma que el PSC, el PP y Vox sumen en Cataluña, sí, en Cataluña, 68 diputados, la cifra que da la mayoría absoluta. Es evidente que son tres partidos que jamás pactarían, pero es hora de respetar los votos que han respaldado a estas tres fuerzas que, de momento, siguen sosteniendo la Constitución. Estamos ante un escenario incierto y endiablado. Illa ha ganado a lo Feijoo. El único relato que queda claro es que el procés descansa sin dejar mucha paz. Pero estas elecciones han sido su fin.